La almendra y el maíz de María Pilar Conn.
Se puede ser
adicta a una vida consagrada al Mediterráneo y que tus pulmones estén
continuamente respirando el aire ilusorio de las colinas de Indianápolis. Así
escribe desde hace décadas sus fotogramas poéticos María Pilar Conn, con un
cruce sensorial que parte y se recrea, inevitablemente, en el terreno de la
infancia americana.
Recuerdo a mis tías
mirar a mi madre con envidia.
La mirada de mi padre
al ver pasar una mujer.
Los rifles y las
pistolas sin cargar en la pared.
Las miradas de los
alces muertos en la camioneta.
El olor en la cocina a
comida de España.
Recuerdo la primera
vez que no entendía el idioma
que hablaban mis
padres.
Todo está en la niebla
que conforma lo que
soy.
Recuerdo la piscina llena.
El frío que todavía
siento.
La col en el huerto.
Al cortar el ruido
crujiente.
La piel del oso
muerto.
El garaje de mi abuelo
sin pintar.
Recuerdo los caballos
de Kentucky.
El horrible vestido de
la tía Lucy.
Recuerdo la vaca, los
perros, los cerdos.
Todos comiendo con las
bocas abiertas
con la televisión
encendida.
¿Los cerdos os
preguntáis? No, la familia.
Arranca así,
hasta el tiempo de hoy, este despliegue de evocaciones gustativas, como la
crema de cacahuete, el dulce de maíz o la paella; de meditaciones visuales, como
la atracción recurrente de la nieve, vegetación de alces, helechos gigantes, robles
protectores, abedules, bosques, libélulas y luciérnagas de los lagos, ferias de
tractores, establos con tierra y paja en la ropa o vestidos de cuadros amarillos / cosidos del mantel de los domingos;
de añoranzas o frustraciones táctiles, como los cuchillos de plata domésticos, las
herramientas de caza o el uso de la navaja en el desollamiento animal; de
melancolías auditivas y olfativas: los truenos, el ruido de las vacas masticando, la aspiración de la cebada, el
césped fresco, el romero sobre cenizas funerarias, el heno podrido, el olor de
la sangre, el tomillo, el pan quemado, canela,
miel, pavo, manzanas y nueces o el estiércol en la boca del puritanismo
familiar entre tanto cerdo, pollo frito y
tarta de calabaza. Y no cesa la remembranza, página a página, hasta mudarse
en presencia, en configuración del ser actual, una aleación que ha fusionado a
la niña silvestre con la maternidad depurada y la mujer madura que ama ahora entre
el frescor de Sierra Espuña, el calor chicharrero de las siestas de Cabo de
Palos, las lechugas y tomates de la huerta de Murcia, una laguna salada y el
viento de levante.
No hay
senderos que se bifurquen en la personalidad mestiza de María Pilar Conn, sino todo
lo contrario, la constatación orgullosa de ese mestizaje. ¿Y quién mejor que
una mestiza para intuir el futuro de dos cuerpos?
Un día embarcamos en
un sueño.
Yo soy la hija de
aquel que olía a maíz.
Tú, hijo de la
almendra.
¿Cómo nos íbamos a
entender?
Yo, de la montaña.
Tú, del mar.
Acaricias mis pechos
pequeños.
Te abrazo sin saber
explicar.
Hueles a almendra.
Al maíz le gustará.
¿Como se pueden dar las gracias por describir mejor que yo mis propios sentimientos y vivencias? ¿Como agradecer que los hayas entendido? Mi humble thank you is all I have to offer.
ResponderEliminarQuerida María Pilar, me alegra escuchar estas palabras. He disfrutado con las imágenes sentimentales que planteabas en verso. Un abrazo con toda mi camaradería. See you in Poetry Land!
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