Hay obras de un
autor que parecen definitivas. Auguro que Medio mundo en luz será un hito en la trayectoria de Joan de la
Vega.
Para empezar, el antihéroe raja la bandera albinegra de este libro en dos
y estruja las mitades de su hoja de ruta mundial en “Veintiún poemas en prosa dedicados
a quien se hacía llamar Homo, en otros tiempos” y “Esperanza de vida”. Desde la
oscuridad solamente cabe encontrar una salida. Así, el rencor y la antropofobia
en ‘Homo viator’, la negación de la manualidad en ‘Homo habilis’, la traición
de la tradición en ‘Homo fobicus’, la amapola blanca teñida con la sangre del
dinero en ‘Homo economicus’, la macabra tentación del suicidio en ‘Homo
symbolicus’ o el afán natural de autopulverizarnos en ‘Homo minimus’.
Pero hay un
subterfugio «entreabriéndose a dentelladas / desde lo más hondo de la infancia»,
y la prosa luminosa lucha por asomarse al Mediterráneo ibicenco de Es Còdols, por
transformarse en broma amistosa paseando por el Besòs, por mirar al Sur
familiar, conducir y cantar temas de Elvis Costello entre sus ruinas, por volver
a buscar la alegría en la Cova dels Mosquits, en la Cova de les Gralles o en la
Cova de Muricecs evocando a América —«Yo he visto llorar a los hombres por un
beso de ron»—, su erotismo y su hervor.
Y nos despide con un
mensaje estrófico:
A fin de cuentas, literatura
compromete todo y sobrecarga nadas:
ese amuleto aprensivo por el retrete
el autorretrato dormido de tu corazón.
Vemos a Joan de la
Vega alejándose por los senderos que le ayudan a amar todavía, a resucitar, desapareciendo
entre la consciencia clara de la esclavitud laboral y la resistencia permanente
al látigo. Brota la camaradería en un susurro: “Buen viaje, compañero”.
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