4/9/2018


   Aunque se divida en dos partes y una bisagra-mano (la mano era uno de los símbolos favoritos de Alejandra Pizarnik, por cierto), el viaje lingüístico y teórico de Mano que espeja de Cristina Elena Pardo es de una larga aspiración, un impar poema de luz intermitente desarrollado entre la huida de la letra —«letra ausente irrespirable»— y el determinante choque contra la misma:

                                    el espejo
convoca las palabras el flujo
de una voz     acaso nueva acaso un ritmo
sinsentido      suave tintineo
de una herida
al abrirse


         A través de una fragmentación plus ultra, la autora juega al diálogo preciso y oblicuo, navega, se mueve, se revuelve entre el bosquejo y la unidad con tipografía de cursivas, bucles semánticos en ascensión y descenso, alteraciones espaciales dentro de un mismo verso, incluso silábicas. Duda filosófica perpetua. Cuerpo y voz escrita que se hacen añicos frente al reflejo. Caos lejano que lucha, extenuado, por definirnos, por definirse, por acercarse a la integración. Una carnicería idiomática que se lee publicada en papel, pero parece estar siendo expresada en riguroso directo.
         ¿La articulación posible del ego?
         Mano que espeja comparte con nosotros, sus interlocutores, esta tensión elaborada del ser.
         Un desafío:

yo vengo de
                   un reino nuevo          allá          donde el lenguaje en
blanco

                                 nos espera 

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