JUAN DE DIOS GARCÍA. CANTO FENICIO
(Chamán, Albacete, 2022)
 
 
   Entre el desconcierto y la soledad, en esa mitad justa donde lo conocido desoye su forma, donde no hay nombre para señalar los sucesos, descubre su tono el cantar de este libro. Recorremos junto a Juande una ciudad que le es ajena siendo la misma, donde toda posibilidad y deseo de comunicación ha sido negado. La voz se desarrolla en el asedio de quien se sabe extranjero en su propia tierra. El consuelo, o, mejor dicho, la búsqueda del signo que permita significar cuanto acontece, reside en ese suspirar de onda pálida que impone el mar en su conquista de la playa a golpe de luna, borrando las huellas de quien sueña con grabar su vida sobre la arena y la sal. Es inútil la gloria, nada hay salvo la llana aceptación del tiempo, la convivencia con el espacio y el habitar en la exploración del asombro. El poemario actúa como un complejo autorretrato, una mirada a través de los fragmentos que definen al poeta, lo rodean y conviven con él. Pasado, presente e identidad hallan refugio en el pulso original de cada escrito. En este panorama donde lo secundario, lo carente de gloria, es descrito desde lo fractal de su historia, no podía ser sino el elemento fenicio quien hilvanase, en la sutileza de su símbolo huidizo, la coherencia de unas piezas heterogéneas que ensamblan a la perfección unas con otras.




   El libro lo integran cuarenta textos en prosa con un marcado ritmo lírico, donde priman sutileza, ironía y el gusto por el aforismo. Todos estos elementos ven ampliada su profundidad por medio de su indeterminación, su necesidad de renegar de la invocación inherente a la escritura. El poeta busca acercarse a sus circunstancias con una mirada humilde, consciente de su finitud en el eje del mundo. Por ello, pone en valor lo comunitario, lo que nos hace cultura. Le interesa el acto de dar nombre, y para ello se vale de la evocación de su propia biografía. Este sincretismo de poesía y relato se ve reforzado por el estilo escueto, de escasa ornamentación, que otorga al poema la libertad de la palabra hablada. Hay una innegable fascinación por el abismo oculta en el tono sobrio que adquiere el retrato de la crónica de su tiempo.
   Todo viaje es la configuración continua y constante de un paisaje plagado de voces y ruinas, de duda y maravilla. Todo es desconcierto, imprecisión. Ni más, ni menos, que el tiempo que nos atraviesa y desmorona, y al que nosotros le damos fuerza al vincularnos a las expectativas, vacías y ridículas, que la sociedad nos incita a forjar. «Todavía hay una isla que arde en mar abierto», dice Juan de Dios en uno de estos poemas, y, sin embargo, más allá de toda esa polifonía, de ese ruido y furia, existen pequeños prodigios que nos desnudan y configuran, que nos habitan y nombran, y es por ellos por los que merece la pena seguir navegando.
 
 
Manuel Fabián Trigos Baena

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