6/1/2020


   Patrick M. de David Matuška Olzín.
   A modo de carta de presentación, un recluta revivido nos da la bienvenida: «Tengo calor y estoy bien. / Hay esperanza. Es maravilloso verterse en el papel / con niebla y puños en las manos».
   Este autor checo se desmaquilla escribiendo sobre la añoranza de su tierra desde una lejana casa de piedra y entre imágenes oníricas, aunque supiera con precocidad que el hogar de uno está en el bolsillo.
   Después se cambia el nombre y derrapa en el precipicio de las tentaciones: «Patrik está sentado y los demonios le aprietan la espalda una y otra vez. La tristeza lo descose por dentro».
   Aeropuertos y más aeropuertos. En España cambia no solo de nombre, sino de idioma y el camaleón se retuerce con ese otro demonio del amor, «como si hubiese bebido aceite ardiente».
   La máscara de Patrik cada vez es más porosa, en ella penetran las pasiones en forma de entusiasmo y envidia, genio y aplauso, virtud de la decadencia y dolorosa extravagancia.
   Así que los caprichos del viento traen a los nómadas como Patrik todo lo bueno y lo malo de los afectos. En este punto habrá que recordar que la razón, flemática, nunca nos trajo la dicha ni pudo imponer la paz; que la libertad viene con arrugas en la cara, aunque nos la enmarquen en la Historia como una agraciada veinteañera.
   Sonará a todo el tópico posible, pero este es un viaje profundo hacia el interior del artista, un viaje de primera necesidad si los otros quieren que el espectáculo siga siendo real.




ME TRAEN LA CERVEZA

Tengo que volver a leer a Whitman,
y volver a contarlo.
En este orden,
no al revés.
Me traen la cerveza
y yo soy un poco como Diviš,
pero solo un poquito,
porque me gusta.
Y también un poco como Panero y Vallejo,
es lo que me dijeron unos poetas.
No tienen ni idea.
Pero en quién debo confiar,
sino en ellos.

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