Patrick M. de David Matuška Olzín.
A modo de
carta de presentación, un recluta revivido nos da la bienvenida: «Tengo calor y
estoy bien. / Hay esperanza. Es maravilloso verterse en el papel / con niebla y
puños en las manos».
Este autor
checo se desmaquilla escribiendo sobre la añoranza de su tierra desde una lejana
casa de piedra y entre imágenes oníricas, aunque supiera con precocidad que el
hogar de uno está en el bolsillo.
Después se cambia
el nombre y derrapa en el precipicio de las tentaciones: «Patrik está sentado y
los demonios le aprietan la espalda una y otra vez. La tristeza lo descose por
dentro».
Aeropuertos y
más aeropuertos. En España cambia no solo de nombre, sino de idioma y el
camaleón se retuerce con ese otro demonio del amor, «como si hubiese bebido
aceite ardiente».
La máscara de
Patrik cada vez es más porosa, en ella penetran las pasiones en forma de
entusiasmo y envidia, genio y aplauso, virtud de la decadencia y dolorosa
extravagancia.
Así que los
caprichos del viento traen a los nómadas como Patrik todo lo bueno y lo malo de
los afectos. En este punto habrá que recordar que la razón, flemática, nunca
nos trajo la dicha ni pudo imponer la paz; que la libertad viene con arrugas en
la cara, aunque nos la enmarquen en la Historia como una agraciada veinteañera.
Sonará a todo
el tópico posible, pero este es un viaje profundo hacia el interior del
artista, un viaje de primera necesidad si los
otros quieren que el espectáculo siga siendo real.
ME TRAEN LA CERVEZA
Tengo que volver a
leer a Whitman,
y volver a contarlo.
En este orden,
no al revés.
Me traen la cerveza
y yo soy un poco como
Diviš,
pero solo un poquito,
porque me gusta.
Y también un poco como
Panero y Vallejo,
es lo que me dijeron unos
poetas.
No tienen ni idea.
Pero en quién debo
confiar,
sino en ellos.
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