He leído Calígula de Albert Camus.
(Calígula, emperador
romano, vuelve a su palacio después de haber desaparecido por un largo período
de tiempo después de la muerte de su hermana y dialoga con un amigo).
—HELICÓN: Buenos días,
Cayo.
—CALÍGULA: Buenos
días, Helicón.
—HELICÓN: Pareces
cansado.
—CALÍGULA: He caminado
mucho.
—HELICÓN: Si, tu
ausencia se ha prolongado mucho.
—CALÍGULA: Era difícil
de encontrar.
—HELICÓN: ¿El qué?
—CALÍGULA: Lo que yo
quería.
—HELICÓN: ¿Y que es lo
que querías?
—CALÍGULA: La luna.
—HELICÓN: ¿Qué?
—CALÍGULA: Sí, quería
la luna.
—HELICÓN: ¡Ah!... Y,
¿ya está todo resuelto?
—CALÍGULA: No, no he
podido conseguirla.
—HELICÓN: ¡Qué
lástima!
—CALÍGULA: Sí, por eso
estoy tan cansado. Helicón...
—HELICÓN: ¿Sí, Cayo?
—CALÍGULA: Piensas que
estoy loco.
—HELICÓN: De sobra
sabes que yo no pienso nunca. Soy demasiado inteligente para pensar.
—CALÍGULA: Sí. Pero yo
no estoy loco, y aún más: nunca he sido tan razonable como ahora. Simplemente
sentí en mí, de pronto, la necesidad de lo imposible. Las cosas, tal como son,
no me parecen satisfactorias.
—HELICÓN: Es una
opinión bastante extendida.
—CALÍGULA: Es cierto.
Pero antes no lo sabía. Ahora lo sé. El mundo, tal como esta hecho, no es
soportable. Por eso necesito la luna, o la felicidad, o la inmortalidad, en
definitiva, algo que quizás sea insensato, pero que no sea de este mundo.
—HELICÓN: Es un
razonamiento que se tiene en pie. Pero, en general, no es posible sostenerlo
hasta el fondo.
—CALÍGULA: Tú,
Helicón, de eso no sabes nada. Nunca se consigue nada precisamente porque nunca
se va hasta el final. Pero quizás baste con permanecer siendo lógicos hasta el
fondo. Y sé lo que estás pensando: cuántas complicaciones por la muerte de una
mujer de la que estaba enamorado. Pero no, no es eso. Creo recordar, es cierto,
que hace unos días murió una mujer a quien yo amaba. Pero, ¿qué es el amor?
Poca cosa. Esa muerte no significa nada, te lo juro; solo es una señal de la
verdad que me hace necesaria la luna. Es una verdad muy simple y muy clara, un
poco estúpida para ti, pero difícil de descubrir y pesada de llevar.
—HELICÓN: Y, ¿cuál es
esa verdad, mi emperador?
—CALÍGULA: ¡Que los
hombres mueren y no son felices!
—HELICÓN: Vamos, Cayo,
es una verdad a la que podemos acomodarnos muy fácilmente. Mira a tu alrededor.
Eso no impide a los hombres comer y bailar.
—CALÍGULA: Entonces es
que todo lo que me rodea es mentira, estos hombres viven todos en la mentira, y
yo quiero que se viva en la verdad; por que sé lo que les falta, Helicón. Están
privados del conocimiento y carecen de un maestro que sepa lo que dice.
—HELICÓN: No te
ofendas, Cayo, por lo que voy a decirte. Pero, ante todo, deberías reposar;
estas cansado.
—CALÍGULA: No es
posible Helicón, ya nunca será posible.
—HELICÓN: Y, ¿por qué
no?
—CALÍGULA: Si duermo,
¿quién me dará la luna?
—HELICÓN: Eso es
verdad.
Comentarios
Publicar un comentario