25/6/1995


   He leído Calígula de Albert Camus.

   (Calígula, emperador romano, vuelve a su palacio después de haber desaparecido por un largo período de tiempo después de la muerte de su hermana y dialoga con un amigo).

—HELICÓN: Buenos días, Cayo.
—CALÍGULA: Buenos días, Helicón.
—HELICÓN: Pareces cansado.
—CALÍGULA: He caminado mucho.
—HELICÓN: Si, tu ausencia se ha prolongado mucho.
—CALÍGULA: Era difícil de encontrar.
—HELICÓN: ¿El qué?
—CALÍGULA: Lo que yo quería.
—HELICÓN: ¿Y que es lo que querías?
—CALÍGULA: La luna.
—HELICÓN: ¿Qué?
—CALÍGULA: Sí, quería la luna.
—HELICÓN: ¡Ah!... Y, ¿ya está todo resuelto?
—CALÍGULA: No, no he podido conseguirla.
—HELICÓN: ¡Qué lástima!
—CALÍGULA: Sí, por eso estoy tan cansado. Helicón...
—HELICÓN: ¿Sí, Cayo?
—CALÍGULA: Piensas que estoy loco.
—HELICÓN: De sobra sabes que yo no pienso nunca. Soy demasiado inteligente para pensar.
—CALÍGULA: Sí. Pero yo no estoy loco, y aún más: nunca he sido tan razonable como ahora. Simplemente sentí en mí, de pronto, la necesidad de lo imposible. Las cosas, tal como son, no me parecen satisfactorias.
—HELICÓN: Es una opinión bastante extendida.
—CALÍGULA: Es cierto. Pero antes no lo sabía. Ahora lo sé. El mundo, tal como esta hecho, no es soportable. Por eso necesito la luna, o la felicidad, o la inmortalidad, en definitiva, algo que quizás sea insensato, pero que no sea de este mundo.
—HELICÓN: Es un razonamiento que se tiene en pie. Pero, en general, no es posible sostenerlo hasta el fondo.
—CALÍGULA: Tú, Helicón, de eso no sabes nada. Nunca se consigue nada precisamente porque nunca se va hasta el final. Pero quizás baste con permanecer siendo lógicos hasta el fondo. Y sé lo que estás pensando: cuántas complicaciones por la muerte de una mujer de la que estaba enamorado. Pero no, no es eso. Creo recordar, es cierto, que hace unos días murió una mujer a quien yo amaba. Pero, ¿qué es el amor? Poca cosa. Esa muerte no significa nada, te lo juro; solo es una señal de la verdad que me hace necesaria la luna. Es una verdad muy simple y muy clara, un poco estúpida para ti, pero difícil de descubrir y pesada de llevar.
—HELICÓN: Y, ¿cuál es esa verdad, mi emperador?
—CALÍGULA: ¡Que los hombres mueren y no son felices!
—HELICÓN: Vamos, Cayo, es una verdad a la que podemos acomodarnos muy fácilmente. Mira a tu alrededor. Eso no impide a los hombres comer y bailar.
—CALÍGULA: Entonces es que todo lo que me rodea es mentira, estos hombres viven todos en la mentira, y yo quiero que se viva en la verdad; por que sé lo que les falta, Helicón. Están privados del conocimiento y carecen de un maestro que sepa lo que dice.
—HELICÓN: No te ofendas, Cayo, por lo que voy a decirte. Pero, ante todo, deberías reposar; estas cansado.
—CALÍGULA: No es posible Helicón, ya nunca será posible.
—HELICÓN: Y, ¿por qué no?
—CALÍGULA: Si duermo, ¿quién me dará la luna?
—HELICÓN: Eso es verdad.



Comentarios