7/3/1997


   Cojo al azar de mi biblioteca creciente un poema del malagueño Álvaro García con ciertas resonancias a Pablo García Baena, pero qué bien construido está, qué elaboración en los cimientos y en el acabado.
 
REGRESO
 
Tocar un cuarzo ahumado, vítreo y negro,
como quien busca en su naturaleza indiferente
la reconciliación entre hombre y mundo.
Aprendemos a ser lo que ya éramos,
y este trozo de piedra es un regreso.
La piedra, en su secreto, es armonía,
memoria silenciosa del planeta,
regalo de una luz que se ha hecho sólida.
Cuánta vida en la muerte de este cuarzo
que es cristalización de los milenios.
El tacto es humildad.
Los dedos no conocen: reconocen;
comprueban un origen, se aseguran
de ser tan realidad como esta roca.
Cuando los dedos rozan los sillares
en una catedral de umbría y siglos,
rozas casi al descuido los orígenes,
comulgas más que otros que comulgan.
Aquel niño buscaba con su cara
el frío intemporal del mármol frío.
Pegada su mejilla a la columna,
parecía escuchar en la pared
no el rumor que hay tras ella, sino a ella.
 
Sobre la mesa, el cuarzo, luz oscura,
su noticia que llega con retraso.
¿Cuántos siglos tendrá, tan silencioso,
tan delante de mí, tan en sí mismo?
Aprendo a ser lo que de hecho soy,
fugaz parte del mundo,
viendo el cuarzo.
Esta piedra pulida, antigua y súbita,
este trozo de mundo en la mañana.



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