5/7/1998


   Me he llevado para leer en el viaje algunos libros. Uno es Antes que llegue la noche de Juan Luis Panero. Leo en la cama, cansado, este poema bajo el techo de una habitación de la costa portuguesa y me satisface el fino y ficticio hilo que enlaza mi ánimo, el del autor y el contexto geográfico de la lectura.
 
UN ÉTRANGER
 
Produce cierta melancolía,
una tristeza decadente —literaria sin duda—
como algunas canciones de entreguerras
o páginas perdidas de Drieu La Rochelle,
ver a un hombre solo, apartado y distante,
en la barra de un bar con decorado internacional.
En esa imprecisa edad, tan imprecisa como la luz del ambiente,
en que ya no es joven ni viejo todavía
pero lleva en sus ojos marcada su derrota
cuando con estudiado gesto enciende un cigarrillo.
Las muchas canas y las muchas camas,
un indudable estómago que la camisa inglesa apenas disimula,
el temblor, no demasiado visible, de su mano en un vaso,
son parte del naufragio, resaca de la vida.
Un hombre que espera ¿quién sabe qué?
y aspirando el humo, mira con declarada indiferencia
las botellas enfrente, los rostros que un espejo refleja,
todo con la especial irrealidad de una fotografía.
y es aún, algo más triste, un hondo suspiro reprimido,
ver al fondo del vaso —caleidoscopio mágico—
que ese hombre eres tú irremediablemente.
No queda entonces sino una sonrisa: escéptica y lejana,
—aprendida muy pronto y útil años después—
de un largo trago acabar la bebida,
pagar la cuenta mientras pides un taxi
y decirte adiós con palabras banales.


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