17/6/2009


   He terminado de leer Los excursionistas místicos de Juan José Rosado y ahora que me he quitado de encima las tareas de final de curso empiezo a “respirar” de nuevo literariamente. Ando maquetando el número 24 de verano, escribiendo encargos de artículos y semblanzas varias y construyendo los poemas de mi próximo libro. Este agosto —julio lo tengo ocupado con algunos trabajos culturales— se plantea de playa, terraza y portátil a más no poder. Hace cuatro o cinco años que descubrí eso que me decían algunos colegas escritores que comen de la enseñanza y tienen hijos que criar: «lo bueno es que tienes los veranos para escribir».
   Empecé Los excursionistas místicos con prejuicios negativos: ubicación en Almería, posibles fallos de novela primeriza... Me alegra muchísimo haberme equivocado. Me he descojonado en muchas partes de la novela. El lenguaje está todo en su sitio, las situaciones delirantes no se hacen cansadas porque no se prolongan. Cuando parece que va a suceder eso, de repente Rosado pega un cambio en la acción y vuelve a provocar la risa o el impacto del esperpento. Situaciones de verdadera risa han sido la de las perdices del final, la primera cuando entran en el prostíbulo, la del comienzo cuando salen con el trono por la calle Granada... Luego había otras que eran de un surrealismo burlón muy fresco: el intento y logro de hipnosis de Dios, el discurso del legionario subido al tanque... Por último, otras de impacto visual como las de la lluvia dorada en el prostíbulo o la de la pelea entre monjas organizada clandestinamente.
   Los excursionistas místicos significa un debut narrativo brillante. Espero que este libro le esté deparando satisfacciones, ya que las merece. Dentro de que se trata de ese estilo de novela-disparate que tanta falta nos hace, debería ser acogida por el público especializado como un chorro de aire fresco, al menos en el marco narrativo andaluz.

   Decía Carlyle que el más inútil de todos los días es aquel en que no hemos reído. Según esa máxima, con esta novela creo que he rebasado el cupo de carcajadas para seis meses al menos. Una vez leída, cada vez que me acuerdo de alguna de sus escenas culminantes, me vuelvo a desternillar. Me temo que estas páginas me sacarán más de una vez de un día serio en el futuro.


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