8/11/2012


   Un mundo feliz de Aldous Huxley. Novelón, sin duda, que deja resaca de por vida. Tengo la sensación de que todo el mundo ha leído este clásico en su juventud y que, aunque siempre he sabido —e incluso estudiado— su relevancia, he llegado muy tarde a su lectura real.
   He de confesar que, al principio, debido a la cantidad de información que tenía sobre Un mundo feliz, no estaba disfrutando realmente la novela. Sólo constataba lo que ya me había contado tanta gente, lo que ya había leído en muchos artículos o visto en documentales. Los prejuicios no dejaban impresionarme con el mundo que describe Huxley. Pero a mitad de libro, cuando empieza a removerse el asunto, me ha cautivado, me he olvidado de cualquier juicio previo y he podido asustarme e implicarme de verdad sintiendo las propuestas y enfrentamientos científico-filosóficos de unos personajes con otros.
   Me ha inquietado especialmente la conversación final de Mustafá Mond con Bernard, Helmholtz y El Salvaje. Ahí están todas las cartas boca arriba sobre el poder que tiene el ser humano sobre su propio destino.




   Una profesora de Filosofía me ha dicho que este libro lo pone muchas veces como lectura obligatoria a los alumnos de Psicología para que conozcan mejor la escuela conductista. Es una verdadera joya literaria que, además, como antiutopía, alerta contra cualquier totalitarismo.
   Ahora ya podré empezar con Contrapunto y veré lo pequeño que se me queda Brave new world a su lado. Ahí lo tengo, mirándome celoso en la estantería, junto al resto de toda la obra de Huxley. Pero, claro, le tengo que poner los cuernos con tantas otras obras... La orgía perpetua, que diría Vargas Llosa.
   Por cierto, me han contado que en algunos lugares de Reino Unido a los “canis” y “chonis” británicos les llaman “epsilones”.

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