18/12/2012


   He leído El guardián del fin de los desiertos, un libro colectivo sobre la obra de José Ángel Valente sabiamente coordinado por Antonio Lafarque y José Andújar Almansa. Precisamente Andújar Almansa, con su preciso ensayismo, también participa con su artículo ‘El limo y la ciudad celeste’ en este acercamiento a Valente. He subrayado algunos párrafos de su análisis “valentiano”:




   Valente, poeta de la aniquilación del yo y de sus fragmentarias apariciones. […] Valente se propone disolver la historia del sujeto y el sujeto de la historia en memoria material del mundo. […] A medida que nos adentramos en su poesía más metafísica, se incrementa el énfasis en la materialidad: también la palabra ha de hacerse cuerpo. […] Si la piel del amor es la piel del mundo, el lenguaje es ese elástico animal tendido entre la memoria y nuestras percepciones. […] Ejemplo de poeta europeo, Valente compartió con la lírica moderna una de sus aspiraciones geográficas esenciales: la metáfora de un sur que se sitúa al sur de todas las metáforas. Nostalgia sureña hubo en Luis Cernuda, nuestro más genuino romántico contemporáneo. Pero antes que con el autor de La realidad y el deseo, lírico andaluz trasterrado a la prosaica pesadilla del norte, la afinidad meridional de Valente, gallego con residencia durante largos años en Oxford, Ginebra y París, parece más cierta con Keats, Shelley o Hölderlin, autores con quienes pudo coincidir en eso que él mismo denominó «la gravitación mediterránea del hombre nórdico».

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