18/2/2013


   A las órdenes del viento de Raquel Lanseros.
   No me cuento entre los lectores de poesía a los que gustan las antologías. Reconozco que es una manía, un capricho superficial de lector, pero, por lo general, pienso negativamente ante las antologías. Mi deseo, como ávido y profundo lector, si quisiera tener una visión verdadera de cualquier autor interesante, sería leer la obra completa de dicho autor.
   Durante mi juventud universitaria mantuve esta postura y la defendí en cualquier mesa de café frente a los lectores pro-antologías, pero el tiempo le ha dado la razón a mis antiguos contertulios. No existe tiempo vital para poder leer todo lo que a uno le gustaría. Para eso, entre otras razones, se inventaron las antologías individuales. Esta de Lanseros, a pesar de contar con una juventud física y creativa patente, es muy práctica para obtener una visión panorámica de una poeta que no se ha descubierto. El regusto que queda al leerla es tan placentero que dan ganas de buscar en esos libros originales —Leyendas del promontorioDiario de un destelloLos ojos de la niebla y Croniria— y de meterla en la lista de “Escritores que voy a seguir a partir de ahora”.
   Siempre que voy a comprar una antología poética, lo primero que miro es su título y la calidad de su papel, diseño y otros elementos propios de un bibliófilo. La calidad de ediciones Valparaíso está demostrada: tiene buen tacto, es suave, manejable, tiene una portada sugerente, con un primer plano cortado del rostro de Raquel. El título de A las órdenes del viento me parece magnífico, certero, resume adecuadamente la actitud que raquel ha decidido públicamente adoptar ante la vida, ante la literatura como lectora y ante los que recibimos su creación poética, su verdad. Cuando el mundo no puede ser explicado razonablemente, entonces los sueños comienzan a formar parte de la vida profunda y misteriosa, los sueños nos hacen penetrar en una nueva dimensión. Ese pensamiento, que no es más que el origen teórico de los creadores románticos, lo hallamos en Lanseros. Pero ella, evidentemente, no es visionaria como un Novalis o un Chateubriand. A ella, simplemente, no le da miedo la incertidumbre y le ha plantado cara, se bate a diario con ella desde sus poemas.




   En A las órdenes del viento los recuerdos reales o imaginados de Raquel adquieren categoría simbólica. Nos habla de sus antepasados, de personajes históricos, nos da un paseo de referencias literarias múltiples que van desde Benedetti a Antonio Machado, cruzándonos a Espronceda, Milan Kundera, Bécquer, Idea Vilariño, Dante Alighieri, Maiakowski, Prosper Merimée, un blues de Robert Johnson, Walt Whitman, Seamus Heaney, García Lorca, los Rolling Stones, etc. El pop para ella ya no es una influencia, es una educación natural de su generación, de nuestra generación.
   Nos habla, en fin y sobre todo, del amor, más allá de la voluntad.
   Hay que felicitar a Paula Bozalongo por su selección. Resulta difícil, cuando no imposible, encontrar algún poema que no conlleve una sorpresa estética, un latigazo moral o una imagen preciosa tallada con el lenguaje esmerado de quien se maneja con los mejores instrumentos: la ciencia de la experiencia. Sabiduría de oficio, resumiendo.
   Conocí a Raquel Lanseros virtual e indirectamente por primera vez en 2005. Dirijo una revista literaria cuyo objetivo primordial es provocar magnetismo de talentos y, con los años, uno tiene ya sus “ojeadores” informativos —por usar un símil deportivo—. Así que en el tiempo en que yo vivía en Andalucía, uno de mis ojeadores principales me dijo: «Hay una chica que vive en Murcia que escribe muy bien. Hay que ficharla para El coloquio de los perros». Dicho y hecho. Raquel forma parte del elenco “coloquial” desde el número 14.
   Esta jerezana, que convivió entre los murcianos durante unos años de estancia docente en mi región, prefiere el dardo en el centro de la diana estética a la innecesaria filigrana retórica.

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