Bartleby, el escribiente de Herman Melville es una relectura que hago de forma natural cada cierto tiempo. Tiene algunos párrafos en los que la voz del narrador emplea ese humor leve y audaz.
Una de las indispensables tareas del escribiente es verificar la fidelidad de la copia, palabra por palabra. Es un asunto cansador, insípido y letárgico. Comprendo que para temperamentos sanguíneos, resultaría intolerable. Por ejemplo, no me imagino al ardoroso Byron, sentado junto a Bartleby, resignado a cotejar un expediente de quinientas páginas, escritas con letra apretada.
Dentro de un tiempo seguiré explorando. Lo sé.
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