16/12/2013


   Todo mi entorno amistoso sabe cuánto amor guardo a las revistas literarias. Dirijo desde octubre de 2000 una de ellas en formato digital, y soy pesimista respecto al futuro de las revistas en papel. No por la escasez de lectores o porque el papel se haya visto superado por internet, sino por un problema que tiene nombre y apellidos: distribución editorial.




   Me cito en un café con Julio Monteverde, que coordinaba hasta hace poco la revista surrealista Salamandra, y se lamenta.
    —Las tiendas no quieren revistas, no saben qué hacer con ellas. Acabo de venir de la Casa del Libro en Madrid. Antes tenían el revistero frente a la puerta de entrada, ahora lo han puesto en el sitio más escondido de toda la tienda, todas tiradas por ahí... Un desastre.
    —¿Por qué no lo dejas?
    —¡Es que no se puede dejar de sacar revistas, Juande!
    —¿Por qué? No somos imprescindibles.
   —Si no hay revistas en papel o en internet estaría todo el pescado vendido para los dueños del mercado... Se trata de una cuestión de fe.
   —Fe gratuita, y siempre con pérdidas —intento rebatir.
   —Una vez que asumes el desastre financiero con deportividad, lo demás es una cuestión de fanatismo, de amor por lo que haces. ¿No crees?
   —De amor... ¿abrasivo?
   —¡Exacto!

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