Todo mi entorno amistoso sabe
cuánto amor guardo a las revistas literarias. Dirijo desde octubre de 2000 una
de ellas en formato digital, y soy pesimista respecto al futuro de las revistas
en papel. No por la escasez de lectores o porque el papel se haya visto
superado por internet, sino por un problema que tiene nombre y apellidos:
distribución editorial.
Me cito en un café con Julio
Monteverde, que coordinaba hasta hace poco la revista surrealista Salamandra, y
se lamenta.
—Las tiendas no quieren revistas, no saben qué
hacer con ellas. Acabo de venir de la Casa del Libro en Madrid. Antes tenían el
revistero frente a la puerta de entrada, ahora lo han puesto en el sitio más
escondido de toda la tienda, todas tiradas por ahí... Un desastre.
—¿Por qué no lo dejas?
—¡Es que no se puede dejar de sacar revistas,
Juande!
—¿Por qué? No somos imprescindibles.
—Si no hay revistas en papel o en internet
estaría todo el pescado vendido para los dueños del mercado... Se trata de una
cuestión de fe.
—Fe gratuita, y siempre con pérdidas —intento
rebatir.
—Una vez que asumes el desastre financiero con
deportividad, lo demás es una cuestión de fanatismo, de amor por lo que haces.
¿No crees?
—De amor... ¿abrasivo?
—¡Exacto!
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