Publicar un libro significa
higiene, purgación, limpieza, un sueño cumplido para afrontar nuevos retos. A
veces abruma ver manuscritos que chillan o se aburren en las carpetas del
ordenador. Su conversión en páginas de papel me libera, ayuda a emprender otros
desafíos.
Estoy hastiado de crear archivos
con tantos textos vírgenes de imprenta. Si no los detengo, no dejan de crecer o
menguar en una transformación continua. Debo sacarlos de su estado virtual.
Para bien o para mal, solamente un lector podría acabar con esta mutación
insoportable de cuentos y poemas sin dueño. El lector es el último patrón en la
singladura de la creación literaria.
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