La vida, definitivamente, es
prosa, no es verso. Por eso la poesía, de alguna manera, no está dentro de la
vida. ¿Os imagináis recoger todos los momentos más intensos de una vida y
recopilarlos en un libro? Sería desbordante, no podríamos asimilar su lectura
en unas semanas o en unos meses, tendríamos que ir leyéndolo durante años. Así
es un buen poemario, ése que resiste todo nuestro tiempo de lectores.
Haced la prueba cuando queráis.
La novela no resiste tanto, porque no es esencial, es global y normal. Es
vital. Solamente aquellos párrafos de una buena novela que están escritos en un
momento de reflexión épico-lírica nos parecen finalmente salvables,
trascendentales, perennes. La poesía se nos escapa de las manos, tiene afán
—diría incluso que orgullo— de infinitud.
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