1/3/2015


     En 2009 le pedí al performista Alejandro Hermosilla, entonces residente en Méjico DF, que me hiciera el favor de entrevistar al clásico inédito Ramón Méndez Estrada para un monográfico sobre Infrarrealismo de la revista El coloquio de los perros. Hace seis años el co-fundador del movimiento infra seguía destilando la fuerza, el nervio y el aullido de un poeta extremo hasta la irritación. Hermosilla logró hacerle unas fotografías con aspecto seguro, lozano, desafiante. El escritor michoacano en esencia. Rescato ésta:




     Hoy, por una foto que ha colgado en su muro el amigo infra Pedro Damián Bautista, y por otra foto publicada en el diario Clarimonda, contemplamos el estado físico en que se halla ahora Ramón Méndez Estrada, amigo de juventud de Roberto Bolaño que inspiró el personaje de Pancho Rodríguez en la novela Los detectives salvajes. Éstas son:






     Ramón está muy grave, en la cama 434, piso 40, del hospital civil de Morelia. Su situación económica, como era de prever, es lamentable. Desde Clarimonda han dejado un número de teléfono y una cuenta corriente para quien quiera aportar auxilio no solamente económico. Se requieren también voluntarios amistosos que lo puedan limpiar, cuidar, vigilar, donar sangre, ayudar a que, al fin, pueda recuperarse y volvamos a verlo gruñir gozosamente en las fotografías de sus recitales públicos como leyenda infra.
     Y aquí es donde pisamos el terreno fosco del asunto, justo aquí, cuando regresas la mirada a cualquiera de las dos fotografías de hoy, tus ojos tican el zoom y, en vano, te niegas a aceptar el canon visual del malditismo moderno, quisieras añadir un adjetivo a eso de la leyenda infra, quisieras resaltar, gritar que Ramón es una leyenda ¡viva!
     Porque queremos vivo a Ramón cuanto más tiempo mejor, ¿no? No queremos para él lo que los aficionados taurinos quieren para José Tomás, ni lo que los aficionados al pop-rock quieren para Pete Doherty, ¿verdad? ¿Verdad?
     Tácito dejó escrito en sus Anales que la posteridad concede a cada uno el honor que le corresponde. ¿Qué corresponde, pues, a este maestro de la literatura sin libros? ¿Un crepúsculo de hiel en un rinconcito hospitalario de Morelia? Pasará el tiempo y esas fotos estremecerán a nuevos aficionados al infrarrealismo. Ante esas fotos nuestra mirada es primeramente compasiva, pero nuestra conciencia, adentro, muy adentro, dice sí a las reglas del juego de la bohemia feroz, se encoge de hombros ante un posible final acorde a los riesgos que ha vivido Ramón: dinamitar y hacer volar en mil pedazos la poesía.
     Ojalá que sus amigos reales —su patrimonio, su verdadero libro— le devuelvan la seguridad, la lozanía, y el gozo.

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