24/10/2015


   He leído -¡al fin!- Autorretrato en espejo convexo de John Ashbery.
   Hay gente que no puede hacerlo. Yo, al menos, sí, de modo que juego con ventaja. Me refiero a poder disfrutar de escritores que están situados estéticamente en mis antípodas. Me ha pasado con muchos: Lezama Lima, César Vallejo, Whitman, Bolaño o, no sé, Kafka, autores todos a los que admiro profundamente y me han maravillado durante lecturas y relecturas. Ashbery acaba de añadirse a esta lista de “autores interesantes a cuya influencia soy impermeable”. Esa impermeabilidad es un poco por respeto, otro poco por complejo de inferioridad y un mucho por la certeza de que hay escritores que son únicos en su especie y cualquier epígono suyo termina resultando enternecedoramente ridículo.
   En el prólogo a Autorretrato en espejo convexo dice Julián Jiménez Heffernan que el magmatismo, la espontaneidad, el coloquialismo mezclado con lo elegíaco, el lirismo y la peculiar tonalidad discursiva de Ashbery «a muchos lectores españoles no les parecerá poesía». Ojalá no tenga razón.
   Por último —hablo desde mi yo desprejuiciado, no incluido en ese grupo de lectores españoles mencionado por J. J. Heferman— diré que a mí me gusta escribir poesía caliente. Áspero no quiero ni el tacto de un caqui. Lo áspero debe tener una costra suficientemente frágil para llegar a lo esponjoso. De otra manera, si la aspereza es integral, entiendo que Ashbery no puede darme calor suficiente y termino por ser creativamente impermeable a su propuesta.
   Conclusión: valoro intelectualmente el plan genial e inimitable de Ashbery, pero no me sale abrazarlo. Por el momento, ya que los poemas ‘Grand Galop’ y el homónimo ‘Autorretrato en un espejo convexo’ han demostrado que John sabe bailar muy bien, raro y excepcional, no solo hacerse el interesante en la barra para terminar noche tras noche meneándosela solo entre lágrimas.


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