27/9/2015


   He leído Hazañas de los malos tiempos de Cristina Morano. No sé con exactitud quién inauguró esta tendencia de prosa exhibicionista y liberadora que, imagino, sería el sueño cumplido de cualquier psicólogo. Sí sé que el noruego Knausgård destaca en los estantes de las librerías de medio mundo y que en España y en el resto de Europa la novela-documental o la narrativa autobiográfica extrema llenan las obras de decenas de autores y están haciendo furor en el último lustro. No estamos hablando de literatura de diarios o de libros de memorias. No. Esto parece otra cosa, una especie de subgénero neorrealista de interior o un ultra-retratismo terapéutico. No sé, no soy crítico literario ni académico. Además, seguro que hay ya estudios que analizan esto de forma muy sutil y no voy yo a descubrir ahora el nombre científico de la culpa, la miseria o del “mal rollo” que anida en este tipo de escritura.
   Conozco la poesía de Cristina Morano desde su primer libro hasta el último, Cambio climático, y ella no ha llegado a esto hace dos días. En su verso siempre ha estado bastante presente la intimidad, la física, la emocional, incluso la territorial. A veces ha sido más explícita y otras más camuflada, pero nunca con paliativos. Por tanto, un lector que sepa de Cristina sólo a raíz de Hazañas de los malos tiempos —enhorabuena, por cierto, a la recién nacida editorial Newcastle— sentirá que el grueso de este libro es comparable al último desfile de Prêt-à-porter de Robert Altman, una cumbre, un tope, y querrá saber más de Cristina, explorarla hacia atrás en su trayectoria y estar muy pendiente de todo lo que vaya a escribir en adelante. Porque, ¿qué se le puede ocurrir a un modisto después de hacer desfilar a todas sus modelos en pelotas?


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