30/10/2015


   Un autor balear, Pedro Juan Gomila Martorell, me manda su libro Arcadia desolada. Por su hechura, su vinculación cultista y su lenguaje sellado, algo de aspereza gongorina tiene este poemario, crónica de una travesía espiritual. A veces busca claros y encuentra refugio en las lecturas estivales de juventud.
   Copio un fragmento ilustrativo:

[…]
mas siempre cuando estoy de vuelta
de algún viaje imaginario en la sabana,
después de cabalgar sobre avestruces,
de retar a Billy El Niño en la taberna,
tras bajar a las entrañas de la tierra,
o capear las tempestades de Milady,
sacudido por la angustia que regresa,
pienso en cómo elaborar un bebedizo,
vino, sal, romero, aceite,
bendecido mientras hierve
con ochenta padrenuestros
dedicados a los ángeles caídos,
que me vuelva imperceptible a los sentidos
de chacales peripuestos y formales
que me aguardan tras la vuelta de la esquina
de este próximo septiembre amenazante,
tal como la carta de Poe en la repisa
que nadie veía por ser evidente
su clara presencia,
antes de licuarme progresivamente
sobre el suelo poroso de mi adolescencia,
dejando sólo un charco de lágrimas sin llanto.


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