28/12/2015


   Tengo tres aplausos que dar cuando he terminado de leer —releer en muchos casos, ya que soy “albalatista” y conozco buena parte de su obra— Infierno y nadie. Uno a la editorial castellonense Unaria por crear la colección de antologías Iridio. No tanto por la idea, que es a todas luces interesante, sino por el excelente trabajo de edición con el que ha sido publicada, luciendo además una portada magnífica que muestra el perfil en blanco y negro del poeta fotografiado por el artista Antonio Gómez Ribelles; otro al repaso crítico del profesor José Luis Abraham López, con la serenidad y la precisión académica que le caracterizan; el tercero, obviamente, es para el autor, que nos deja un universo pleno de tristeza y grandeza, dos palabras consonantes y trenzadas en la cola de cometa que sobrevuela los treinta y seis poemarios antologados.
   Tiene muchos poemas breves eficaces, pero de entre todos éste es mi favorito. Pertenece a Opúsculo (1996):

VENTANA TRISTE DE OTOÑO

Pegada a un cristal,
una mujer llorando
es siempre un planeta
deshabitado.

   Con Antonio Marín Albalate quiero caminar hasta el final.
   Larga vida, amigo.


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