7/2/2016


   No sé. Solamente a ratos me han contentado algunos hallazgos narrativos de El comensal de Gabriela Ybarra. Pocos, si atendemos a las expectativas que este libro había generado. Me la recomendaron varios colegas de cuyo criterio me fío bastante, lo hacían aludiendo a una prosa valiente por su exposición íntima, pero si nos ponemos a calibrar la valentía, me parecen más “heroicas”, enjundiosas y destroy otras obras autobiográfico-terapéuticas también recientes, como El viaje a pie de Johann Sebastian de Carlos Pardo o Hazañas de los malos tiempos de Cristina Morano. El comensal ha obtenido el aplauso de cierta crítica especializada, y va por su cuarta edición, algo insólito para una editorial como Caballo de Troya. Intuyo que este último feliz dato numérico tiene que ver menos con el relato del proceso de enfermedad y muerte de una madre con cáncer de colon tratada en Nueva York que con la otra línea argumentativa: el secuestro y asesinato en 1977 de Javier de Ybarra, abuelo de la protagonista/autora. Los malnacidos de ETA siguen triunfando cuando se les literaturiza. O tal vez no y Gabriela Ybarra contribuya más a su olvido real mitificándolos en la ficción. Ella lo hace con una actitud desapegada —¿deshonesta?— y un estilo austero —¿cool?—.
   Tal y como nos ocurre a nosotros cuando nos acercamos a novelas que tratan temas nacionales políticamente calientes pero ajenos (IRA, Balcanes, Palestina, Congo), puede ser que esta novela se lea y valore ahora de forma diferente en otros países. En España las cicatrices no han llegado aún. Las heridas están cosidas, pero aún hay que esperar dos o tres décadas para que cierren del todo. No sé.


Comentarios