5/2/2016


   Admito haber llegado a Presente continuo con algo de ventaja: he leído varios artículos sobre arte y microrrelatos de Miguel Ángel Hernández; he escuchado conferencias suyas y las he visto en directo y en Youtube; lo sigo desde que era un escritor desconocido, casi inédito; he leído sus dos novelas previas, Intento de escapada y El instante de peligro; he leído algunas de las entradas de este diario que previamente se publicaron en La Opinión, un periódico regional de Murcia; conozco al autor, es amigo, lo admiro y lo quiero. ¿Eso qué significa? Tampoco mucho a la hora de comentar aquí un libro, solamente que, al vivir en la misma región, reconozco y visualizo en seguida a algunas de las personas/personajes que beben, comen, viajan, corren, conversan, aprenden, lloran, pasean, copulan y bailan con él durante el proceso de escritura de El instante de peligro. Y lo cuidan: son memorables las semanas en las que vamos viendo el molesto proceso de curación en casa tras ser operado y detalla el bálsamo y la riqueza progresiva del amor conyugal. Hay mucho amor aquí, de eso no me cabe la menor duda. Amor multiforme, poliédrico y agradecimiento incesante a la gracia de la vida, un vitalismo contagioso que saca partido a traumas y complejos para conocer límites propios, asimilarlos y crecer hacia la excelencia.
   Presente continuo tiene como subtítulo “Diario de una novela”, pero está claro que es un pretexto ideal para autorretratarse y autoanalizarse a ritmo vertiginoso en todas las escenas de su vivir cotidiano en soledad, en pareja, amistoso, laboral y familiar: ver partidos de fútbol —murcianista y madridista hasta la médula—, dar clases en la universidad y charlas en ciudades o países tan cercanos como exóticos, hacer deporte, asistir a reuniones, almuerzos extremos en la huerta, fiestas, duelos, compromisos, acciones, exposiciones y celebraciones de todo tipo, leer —mucho, muchísimo, vorazmente, anotando, juzgando, enseñándonos, entusiasmándonos— y escribir, por supuesto. Consigue transmitir la sensación de acompañarlo “en directo” al rico laberinto sado-maso que conlleva la creación de una novela, cómo influye en esa futura ficción su realidad durante el desarrollo y, lo más mágico, cómo la ficción le escribe a él, a su ser y a su personaje. Presente continuo se transforma, de esa manera, en una realidad que le noveliza. Pura vida.
   Qué diario más cojonudo se ha marcado el señor Hernández.


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