18/5/2016


   Viajo en el vagón económico de la “Generación del 75”, pero en ciertas paradas coincido en la cantina de la estación con algunos varones españoles del grupo de los que viajan en primera, los saludo, los respeto, los observo, me acerco a escuchar sus conversaciones para intentar aprender de ellos técnicas, maneras, referencias ignoradas... Cuando vuelvo a mi vagón, los leo con la agitación y el interés del contemporáneo.
   La poesía de Rafael Espejo no tiene la nieve de José Luis Rey, la aventura de Pablo García Casado ni la ciencia de Vicente Luis Mora, es menos abstracta que la de Juan Carlos Abril, menos secreta que la de Carlos Pardo, menos rizada que la de Antonio Lucas, tan efectiva como la de Josep M. Rodríguez, menos veloz que la de Joaquín Pérez Azaústre, menos frágil que la de Juan Antonio Bernier, tan honda y elegante como la de Abraham Gragera.




   Hierba en los tejados es una cumbre y Rafa tiene solo cuarenta años. Siento verdadera admiración por su obra.
   Copio uno de los muchos poemas de altísimo vuelo que componen este libro:


HIPÓTESIS

Si muero alguna vez
no quiero camposantos:
qué ridícula imagen de la muerte,
que es inmensa,
apresada en el féretro.

Si llegase a morir
no me echéis a una hoguera:
debo respeto al cuerpo que me da cobijo,
y dado que es de agua
no lo ofendáis con fuego.

Si por error muriese
no me aromaticéis,
no me mortifiquéis,
dejadme estar.

Si finalmente he de morir un día
enterradme sin rito en un monte collado,
desnudo como vine

para que en otra era,
si una muchacha pasa silbando por ahí,
si tropieza con una piedra blanca
que se asoma a la tierra,
quizá la desincruste
y frote con cariño mi cráneo inmaculado.

y lo acerque a su oreja
                                  y oiga atenta el rumor
de un teatro vacío.

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