17/5/2016


   Nuevas teorías del orgasmo femenino. Me emociona y me enorgullece ver publicado este estreno narrativo de Diego Sánchez Aguilar. No insistiré en su generosidad, su bonhomía, su compromiso cívico, la amistad que me une a él y a su mujer, Mª Luisa, lo cojonudos que son y los momentos extraordinarios que hemos vivido juntos en bares, terrazas, centros culturales, recitales, calles, manifestaciones, playas, noches, celebraciones y, cómo no, en esa casa de Calaflores que va camino de convertirse en una construcción mítica, al estilo de la de Carlos Barral en el Calafell de los sesenta o la de Juan Marsé en la Costa Dorada de Tarragona, pero en versión cabopalera. En cualquier caso, digna de estudio para los futuros investigadores y críticos de los escritores murcianos que estamos viviendo la primera mitad del siglo XXI.
   Mi labor como co-director de la revista literaria El coloquio de los perros, entre otras muchas, es olfatear bien en el panorama para publicar nuevos valores y autores emergentes. Esto es una de las cosas que más estimulan a un revistero. Pero hay otras que no son tan fáciles de oler. Me centraré en el caso de Diego, que no es habitual. Diego nunca ha dejado de escribir, pero tiene una cosa que no tienen todos los escritores, y menos aún los poetas —porque Diego es poeta, que no se nos olvide—: el ansia de figurar, las ganas de mostrarse imprescindibles para la “salvación cultural de la humanidad”.
   Dicho esto, me ha encantado Nuevas teorías sobre el orgasmo femenino, cómo adecua sus influencias como lector perspicaz a su particular uso de la ficción, cómo estudia o vive la presencia de lo masculino y lo femenino, su universo emocional, físico y psicológico.
   En una entrevista que hicimos al pintor Antonio López en El coloquio de los perros —revista con la que colabora Sánchez Aguilar desde prácticamente sus inicios— él hablaba de su manera de observar todo lo que sucedía a su alrededor en el metro que le llevaba desde su casa del centro al estudio en el norte de Madrid. Cito:

   —EL COLOQUIO DE LOS PERROS: ¿Qué hacía en el metro?
  —ANTONIO LÓPEZ: Me gusta estudiar a la gente. Ir en el metro lo encuentro fascinante. La oportunidad de tener tan cerca una persona y poderle observar los pelos de las orejas es algo fantástico. Lucien Freud podría haber pintado en el metro. Allí ves las figuras como las muestra él, con esa cercanía. Ves cosas muy íntimas de gente desconocida, ahí, delante de tus ojos. A veces ves cosas antipáticas, gente que te desagrada mucho, pero no importa, porque es el mundo, es la vida, y lo ves con una gran proximidad.






   A mí esta escritura me sugiere un hiperrealismo de la escuela madrileña llevado al relato. No es un realismo fotográfico. En España estamos muy acostumbrados a él. Saturados, añadiría yo. Hay algo más, algo que lo distancia de ese realismo simplicísimo. Es Antonio López cribado por el apellido del pintor nieto del psiquiatra austríaco.
   Atendemos primeramente al título juguetón. Nuevas teorías sobre el orgasmo femenino escritas… ¡por un hombre! ¡Qué osadía! ¿Suena descarado, suena a fantasmón que se cree el Rocco Sifredi o el Nacho Vidal de la prosa erótica? Si llegas virgen a este autor, no tienes referentes o no has desarrollado el doble sentido común, estás perdido interpretando así el título, que, por otro lado, es un acierto a la hora de llamar la atención.
   Humor, se llama humor, sarcasmo, ironía, más aún atendiendo a la portada diseñada por el ilustrador Sergio Urán. Diego utiliza ese humor opaco, mixto, agridulce, tan necesario, tan saludable y esencial.
   Cuando nos adentramos en su lectura —¡tranquilidad, no adelantaré nada!— encontramos siete relatos que son como siete grandes países deformes, extraños, maravillosos, de un continente occidental, con unos protagonistas comunes, aunque no homogéneos: el individuo —hombre o mujer— en su soledad y en la sociedad. Diego nos mete dentro de la cabeza de los protagonistas todo el rato, pero lo hace con la técnica del extrañamiento analítico, por eso emplea constantemente las categorías, un tono paródico de sociólogo profesional con notas a pie de página, para que quede claro que somos los mirones de los mirones, porque los protagonistas (y nosotros, todos), si algo somos, más que ejecutores, es MIRONES. Mirones de la realidad analógica y virtual. Y el mirón, por naturaleza, está cargado de soledad. Y la masturbación está cargada de soledad. Y vivimos en una sociedad activamente solitaria, de gente insatisfecha, que podría, al menos, disfrutar la felicidad de sus iguales cercanos, pero el caos sentimental le impide gozar de este último recurso. Somos gente ordenadamente alienada.
   Si atendemos a su osamenta y musculatura, estos relatos no cumplen las normas previsibles de taller con inicio y final que nos atropelle y nos deje boquiabiertos. No va por ahí la cosa. Diego es un narrador épico, progresivo, pero, ojo, una épica antiheroica, de clase media más o menos acomodada, pero sobre todo tirando a clase media ilustrada. Ese campo es muy rico para desgranar a su antojo nuestros hábitos, manías, neuras, obsesiones, retratadas en el acto sexual, real o imaginario, íntimo o interactivo, con desconocidos o en pareja. En una misma cama —o frente al ordenador, depende de lo que se vaya a hacer—, se acuestan seis amantes, no dos: los padres de ella, los padres de él y los dos amantes propiamente dichos. No me lo he inventado yo; es una idea del cineasta favorito de los psiquiatras: Woody Allen.
   No sé vosotros, pero uno está bastante harto ya de tanto relato predecible, de tanta intriga pseudo-histórica, de tanta intención best-sellerista. Así que agradezco la resistencia, la apuesta por una escritura de trinchera.
   Los relatos de Diego nos revuelven, nos descolocan, nos hacen asentir muchas veces, otras nos hacen pensar: “vaya un colgado, a mí esto no me pasaría”. Y, muy importante, también nos ponen cachondos, porque hay alegría de vivir, hay sexo duro, enculamientos, cunnilingus, bukakes, misionero, interracial, grang bang, mulatos cubanos, ardientes milfs, coños rasurados, erecciones infinitas, posturas de todas las formas y colores. En definitiva, hay literatura.

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