2/6/2016


   Eloy Sánchez Rosillo sigue celebrando la eternidad de lo mínimo y me parece extraordinario que no se canse de hacerlo, abandonada ya la “insalubre” elegía. Hay lectores —sobre todo admiradores de su obra— que no consideran Quién lo diría su mejor libro y que incluso el título no es acertado, que es demasiado coloquial o vulgar para una obra del clásico murciano. Estoy parcialmente de acuerdo. La otra parte de mí, la que está en desacuerdo, piensa que no hace falta estar superándose forzosamente en cada publicación cuando se ha alcanzado cierto nivel de maestría. Basta con seguir manteniendo la altura del vuelo con la pericia de un monje chán.
   Por mí, que siga cantando así, que sigamos encontrándonos poemas como éste y otros en sucesivas entregas hasta el final de su carrera. De todas maneras, los que hayan acabado de leer Quién lo diría tendrán la certeza de que ese concepto, “final”, no existe para Rosillo, no aparece en su diccionario del tiempo.





SIEMPRE POR VEZ PRIMERA

Al terminar la clase se acercó una muchacha
a preguntarme algo. No sé qué.
Me sonrío segura del poder que concitan
su juventud, su gracia, su belleza.
Y unos rizos oscuros del pelo le cayeron
sobre los ojos negros. Le brillaba un piercing
en los labios y llevaba un tatuaje
—unas letras en chino— entre el cuello y el hombro.
No sé lo que me dijo ni sé lo que le dije,
pero hubo, sin embargo, entendimiento.
Fue ayer y antes de ayer y hace mil años:
tanto fulgor de pronto, siempre por vez primera.
Luego hizo con la mano un gesto así, de adiós,
y siguió caminando por la vida.

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