30/8/2016


   Acabo de leer Escuchar Irán de Patricia Almarcegui.
   Nadie mejor que la autora para explicar el origen de este libro y su intención:

   Siete semanas sola en Irán en el año 2005. Después he vuelto en dos ocasiones y he residido en Shiraz. En cada viaje, los iraníes me han mostrado y me han hablado de un país diferente. […] Escuchar Irán son mis impresiones, como se habría dicho en el siglo XIX, y mis crónicas, como se dice ahora.
        
   E impresiona cómo narra su temblor antes del despegue y del aterrizaje, el símbolo omnipresente del chador, lo coyuntural de la victoria aplastante de Ahmadineyad en las urnas, las consecuencias de la peculiar industria automovilística y cinematográfica iraní, los resultados poliédricos cuando conversa con los iraníes que opinan de su propio país y de España, la experiencia estremecedora en Shiraz frente a la tumba del poeta Saadi, las sugerentes anotaciones en Persépolis, Kermán, Bam, Yazd, Isfahan, Kashan, Narug, Mashad, la atrayente imposibilidad de visitar ciudades como Qom o Nishapur —donde se halla la tumba del extraordinario Omar Jayam; ha sido incómodo “perdonarle” a la autora que no le guste su poesía— y las ricas anécdotas con anfitriones, taxistas, guías, estudiantes y cada uno de sus compañeros de viaje, aunque los momentos más reveladores hayan sido cuando explora su soledad, su extranjería, no sólo territorial.


   A riesgo de equivocarme, me parece que Almarcegui no pretende sacar conclusión ética alguna de sus percepciones y sobresaltos en el Irán de 2005, pero sí se esfuerza en soltar migas visuales, detalles evocadores para que sea el lector quien los digiera y asimile a su antojo. Este punto de vista está muy conseguido. Comparto y admiro esa actitud literaria y viajera. Vital, al fin y al cabo.

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