5/7/2017


   El ruido que haces al vivir de Mar Navarro G.
   Mar es una narradora tardía. Siempre se ha destacado en este género a partir de la veintena o, como mucho, de la treintena. Mar tiene sus razones, fundamentalmente ligadas al nomadismo y la agitación que conlleva un trabajo tan viajero y excitante como el del teatro. Coordinar el sonido y la luz de una compañía teatral potente te obliga, aparte de a viajar sin término por cuatro de los cinco continentes, a estar concentradísima en la mejora técnico-artística constante, a la imposibilidad de gozar de un equilibrio amoroso, familiar o incluso —que siempre se nos olvida, pero es el más importante de todos los equilibrios, disciplinas y sosiegos— el individual.
   La constancia, la obsesión, la soledad, el espacio íntimo continuado frente al papel y la pantalla del ordenador que necesita una escritora es fundamental para producir filigranas.




   El título del libro ya es una metáfora precisa pero abierta en canal: El ruido que haces al vivir. Es un adelanto de que la atmósfera del lirismo va a impregnar toda la colección de relatos que lo compone. ¡Ojo! No me refiero a un lirismo que necesite de insulina, a un lirismo denso, que frene la fluidez inherente a la acción narrativa. Los cuentos de Mar Navarro fluyen perfectamente y tienen una capacidad de comunicación directa con el lector. Ya le ha echado ella horas y preocupaciones estéticas en mañanas, tardes, noches y madrugadas para que esta maquinaria esté bien engrasada. Me refiero a un lirismo que consigue evocar, en este abanico de veintidós ribetes breves —algunos realmente breves, aunque no llegue nunca al microrrelato— ese arco iris de color infantil y siniestro; ese detallismo descriptivo en escenas de pasión y compasión; ese realismo de herencia decimonónica que guiña y juega levemente con la experimentación, por ejemplo, del maestro Cortázar; esos estallidos, esa intriga, esos desgarros emocionales que salpican a cada uno de los protagonistas; esa profundidad psíquica a la que se llega recogida en una envoltura de sencillez; esas elipsis colocadas magistralmente, como son las elipsis de nuestra memoria cotidiana; ese contar sin revelar; esas denuncias sociales —feminismo, abuso infantil, doméstico, laboral— que traza con sutilidad. Sí, esa es quizá la palabra que designe más adecuadamente el estilo de Mar Navarro en este libro: sutilidad para el homenaje encubierto a maestros antiguos del relato; para la sensualidad que con frecuencia desprenden de manera inconsciente nuestros hábitos; para el humor sarcástico, a veces turbio; para el retrato de un disloque aristocrático, rural, gastronómico, reivindicativo; para, en fin, darnos a los lectores un caramelo envenenado —¡qué logro!— de literatura.

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