17/7/2017


   Al esquema trágico de esta novela le vendría como anillo al dedo, creo, una buena adaptación al teatro. Ojalá pudiese tomar nota algún productor dramático, porque en Los días humillados de Rubén Castillo hay una voz narrativa que serviría de acotación para pautar los detalles de las descripciones y la fluidez de la trama, hay monólogos en letra cursiva con enjundia, abundancia de diálogo y mucho de Sartre y de Sastre en el ambiente, por aquello de la claustrofobia, la angustia tan propia del francés y la simpatía abertzale del dramaturgo comunista madrileño.
   Eso es lo primero que pensé cuando vi que había un triángulo de personajes en escena (Julen y Patxi, dos secuestradores etarras y un empresario vasco secuestrado, José María/Txema) e Idoia, la cuarta presencia invisible y anunciada hasta el final, que aumenta a cada segundo la desesperación en el zulo (decorado) que habita la víctima.




   La calidad de la obra es alta, a lo que nos tiene acostumbrados la narrativa de Rubén Castillo: acción, reflexión y tensión en perfecto equilibrio. Eso sí, quisiera preguntarle al autor —lo haré cuando se me dé la oportunidad de estar frente a él con una cerveza en la mano— que cuándo la escribió, si fue hace poco o hace mucho, porque no siempre —prácticamente nunca— el tiempo de cierre de escritura de una novela va parejo al de su publicación. Los días humillados ha coincidido en el tiempo con una ola literaria que en los dos últimos años coloca a ETA como fondo argumental: numerosos ensayos, El comensal de Gabriela Ybarra, La casa de los sordos del estadounidense Lamar Herriny o Patria de Fernando Aramburu, de éxito arrollador y aún vigente. ¿Esta circunstancia será beneficiosa o perjudicial para que la chispa de esta novela también prenda? Yo apostaría por una reedición en una casa editorial ambiciosa, pero the answer, my friend, is blowin’ in the wind.

Comentarios