15/9/2017


   Guía de viajeros de Miguel Vega.
   Cuando uno creía que la literatura, y en concreto la lírica, ya no tenía capacidad de relumbrar exhibiendo el placer fundamental del turismo, llega otro poeta andaluz, sin hacer demasiado ruido, a demostrarnos que todavía queda alguna grieta imperceptible por la que cantar al viaje como arte mágico, como nacimiento y crecida, como vita nuova tras un instante de convulsión al contemplar detalles del paisaje humano en un país extranjero.




JOVEN, DESCONOCIDA, POETA RUSA

En la plaza de las Artes,
amparados por la romántica efigie de Pushkin
—bronce que parece declamar sus poemas,
con el brazo derecho extendido
y el faldón de la levita removido por el viento—,
numerosos y variopintos participantes concurrían a un certamen
de poesía recitada ante el público que ocupaba la plaza
y un jurado que había establecido su mesa frente al monumento.
Las intervenciones tenían que ser necesariamente breves
y los propios poetas se presentaban y leían su poema
aproximándose en orden a un micrófono.
Sonaba bien la lengua rusa en esas variadas lecturas
a cargo de jóvenes con bolsa colgada al hombro,
señoras maduras con vestidos de flores estampadas,
bohemios obesos de pañuelo al cuello y sombrero de paja,
adolescentes rubios con bermudas…
De inmediato, mi mirada voló hasta una jovencita
muy hermosa y bien vestida que aguardaba en la fila.
Decidí esperar hasta que llegara su turno;
deseaba con innegable desazón escuchar su voz,
su acento eslavo modulando la melodía de su texto.

Leyó la composición con voz frágil,
como frágil era su belleza, su figura delgada,
su rostro adolescente de larga cabellera trigueña.
Me marché después de su intervención,
conmovido por el tono de sus incomprensibles palabras rusas.
y por la sutileza de su hermosura.
Ignoro si logró algún premio del jurado,
o si habrá publicado algunos versos;
en la fotografía que conservo de aquella tarde
para mí no podrá ser de ninguna otra,
sino la joven, desconocida, poeta de San Petersburgo.

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