20/12/2017


   Varios, ligeros y vulgares apuntes tras leer Orestes de Eurípides, tragedia a la que, por las razones que fueren, aún no había metido mano:

   —Vaya dos perlas de hijas le salieron al honrado rey espartano Tíndaro. Y no sólo Clitemnestra y Helena, que también Timandra tenía lo suyo, aunque no tenga vela en este “entierro”.
   —Por sabido no deja de impresionar que Helena siga tan soberbia como bella y que Electra sea una lianta de aúpa.
   —Al principio he de reconocer que me parecía que la amistad de Pílades con Orestes y Electra era básicamente por arrimar la cebolleta a la hermana del protagonista, pero conforme avanza la acción se comprueba su lealtad absoluta, su negra pureza. La lealtad, pues, como posible camino de perdición.




   —Orestes viene de una familia de asesinos. Es desasosegante la sensación de que nunca se romperá esa cadena de maldición.
   —La violencia de Áyax no conoce descanso. Se palpa perfectamente en su intervención en la asamblea de los argivos mientras se decide sobre Orestes. Me parece un personaje más inquietante de lo que parece. Tengo pendiente revisar —no lo hago desde los dieciocho años— la obra que le dedica entera Sófocles.
   —¿Existen dioses más crueles que los griegos? Aquí, concretamente, Apolo coloca el nivel de mala leche muy alto. No me extraña que Orestes le desafíe con la muerte de la hija de Menelao, quien —y en eso estoy de acuerdo con Orestes— solamente es valiente entre asuntos de mujeres. Y ni siquiera con todas.
   —De entre los trágicos, creo que Eurípides es, con diferencia, el que más flow tiene.

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