12/12/2017


   Hombre sin fin de José Manuel Jiménez. Novela de espacios.
   Elena muere en el asfalto —plausible el uso constante del tiempo verbal presente— y la madeja hecha de ficción y realidad empantana de duda e interrogación no solo el pensamiento y los movimientos de su marido Miguel, sino de todos los círculos concéntricos de la familia de Elena, del Café de Flores —círculo laboral dirigido por Elena hasta su final— y demás círculos relacionados con los miembros que trabajan en dicho café.




   Mientras paso las páginas, estoy cursando un seminario creativo sobre la verdad y su capacidad para la fertilización. De ese fango nace el despliegue imaginativo que le sirve a José Manuel Jiménez para narrar las múltiples posibilidades de la culpa, la vergüenza, el rencor, el silencio, la idea de venganza, el remordimiento, la paralización ética y hasta una idea coherente y a ratos ridícula de la justicia salvaje. Todo ello —lo más inteligente y virtuoso— escrito bajo un hilo ambiental, casi invisible, de tibieza, leyendo las voces y actitudes que pueblan y conviven en un artefacto planetario, La Muerte de Elena, que gravita en la galaxia de este gimnasio de perspectiva y autoanálisis que es Hombre sin fin.

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