17/12/2017


   Sed de champán de Montero Glez. Dieciocho años después de su publicación, le meto mano a esta novela. Le tenía muchas ganas. Me ha provocado un sentimiento bipolar: decepción e ilusión.
   Por un lado, una de las alabanzas con que a finales de los 90 le condecoraban era la excepcional utilización de la jerga marginal, y se confirma que el mismo movimiento perpetuo del idioma —también sirve para los dialectos o las jergas— hace que fotografiar el realismo oral en literatura, por mucha maestría con que se haga en el momento, amarillea en apenas dos décadas. Y la orfebrería estilística, cuando habla el narrador omnisciente, tiene muchos más momentos altos que bajos, desde luego, pero con cierta frecuencia la metáfora madura gana a la fresca y no a todo el mundo le gustan los frutos secos.




   Por otro lado, se confirma también el alto nivel anunciado y esperado respecto a su tono inclemente, la distribución de trama en zigzag, el gramaje de personajes inolvidables —Charolito, Dolores, el ausente/presente Flaco Pimienta—, la verbalización ambiental, el erotismo y el peligro básicos, el gamberrismo negro... Mujeres desafiantes y hombres duros toreando con la miseria en plaza urbana.
   El resultado final es positivo, porque me quedo con ganas de leer más libros de Montero Glez. Si Dios reparte suerte, lo haré.

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