11/2/2013




   Acabo de terminar de leer Edificio del recuerdo, las memorias de María Teresa Cervantes. Aunque el grosor de este libro se deba tener en cuenta, me ha perseguido el entusiasmo desde la primera a la última página. La infancia con Papá Pencho —familiar que proyecta sabiduría e inspira tanta ternura—, Tío Vicente o el abuelo Andrés; la invasión de los nuevos ricos de la posguerra; los días felices en la ciudad de Murcia; los primeros contactos con la muerte; la figura del padre, del que dice que, «a pesar de haber sido inteligente, no era hombre de hondos pensamientos»; el descubrimiento de la fe, tan apegado al temor; la vigilancia continua del pasado y el rostro de la soledad; la panorámica de escritores y artistas locales que conoció tan enigmáticos como Mariano Pascual de Riquelme, Agustín Meseguer, Vicente Ros, Ramón Alonso Luzzy, Nicomedes Gómez, Alberto Colao, María Cegarra, Asensio Sáez; la de los mismos perfiles en sus estancias francesa y alemana; el relámpago maravilloso y destructor que fue el conocimiento de V. Christoff; la vuelta a Cartagena con la maleta de la universalidad ya siempre dispuesta. Todo ello conforma el monumento memorial de esta poeta tan valiente. La admiro.

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