Los poemas eléctricos de Ramón
Andreu.
Ramón es paisano de Paco de Lucía, que podría ser ya una primera medalla
territorial para su currículum. Nació en Algeciras (Cádiz) en 1983 y reside en
Santa Pola (Alicante) desde 1990, con idas y venidas entre el Mediterráneo y el
Atlántico que le han neutralizado el acento. No es extraño que su pasión por la
música —en este caso la música pop— se haya materializado en trabajos para diferentes
medios de comunicación, prensa y radio fundamentalmente.
Ya
en su primer libro, Las vanidades mecánicas,
Andreu apuntaba las maneras que se han ido afinando en Los poemas eléctricos: el impulso de las corrientes industriales
—con la mejor forma de entender este adjetivo: “industrial”—; la vitalidad y la
fugacidad salpicante del neón; la descarga mecánica que sólo se siente con el
rock and roll y que mantiene parpadeando el foco del que mana la eterna
juventud.
Si
cabe, en esta segunda entrega en verso, la luz del escritorio se ha agrisado,
se ha melancolizado:
A PROPÓSITO DE ROBERT JOHNSON
El hombre que vendió
su alma al diablo
en un cruce de caminos.
En fin, ya sabéis,
la misma historia
de siempre.
Encontramos
—y a estas alturas puede ser que a alguien le resulte paradójico— una poética
estimulante ante el vacío. Andreu declara la Nada como si fuera el aire que
respiramos; declara el respeto a los maestros que acumularon la dinamita de la
literatura en su pecho; declara brindis por la noche, por el humor, por los
fantasmas, por Tarkovski, por el circo, por Bolaño, por el jazz de Thelonius
Monk y de Parker, y por el hombre moderno que desciende, cabizbajo, su cuerpo
cansado por las escaleras de un centro comercial mientras sintoniza con las
miradas frustradas del consumo; declara la realidad y el deseo de Cernuda, de
Biedma, de Bowie, continuamente presente.
Y
esta declaración “enjuiciada en estrofas claras” carece de pretensiones. Eso
importa. «Nada nuevo», termina prologando el profesor Pascual Ruso Alba, «pero
expresado aquí con profunda e inquietante fascinación», como reza su epitafio
generacional:
poetas somos
y en verso
nos convertiremos.
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