30/6/2018


   El dolor de los demás de Miguel Ángel Hernández.
   La capa exterior de esta novela —el mejor amigo del protagonista asesina brutalmente a su hermana y luego se suicida tirándose en el coche por un barranco— es el hojaldre espiral de un pastel de carne, lo que entra gustosamente llamando al morbo del lector, pero en seguida viene lo bueno: la carne de ternera picada, el huevo, el aceite, los sabores del chorizo, el jamón serrano, la panceta, el ajo y el tomate, traducido todo eso en la necesidad de conocerse a uno mismo luchando entre la niebla, intentando beber y ordenar la vida hasta llegar al fondo, aunque no sirva para encontrar la verdad y sea perjudicial para el orgullo, dejándolo herido para siempre. Donde hay conciencia, hay dolor; el que persigue, obtiene labor y congoja a la vez.




   Entre los muchos diálogos de apariencia ordinaria se escapan continuamente aljófares de reflexión, lirismo, y también verdaderas pistas para desenterrar el mapa del tesoro, el verdadero núcleo generador de esta novela, como este momento de la conversación entre la periodista de RTVE Cati Martínez al visionar con el Miguel Ángel autor/protagonista las grabaciones que en 1995 se realizaron alrededor de la noticia del crimen:
        
   —Madre mía, tenía pelo ahí.
   —Cómo has cambiado, hijo —comentó la periodista—. Pareces otra persona.
   —A lo mejor lo soy.

   Miguel Ángel Hernández, sin buscarlo, ya era la cabeza más visible del levantamiento narrativo contemporáneo desde la Región de Murcia. Con El dolor de los demás veo y doblo esta afirmación.

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