29/9/2018


   Unas cuantas décimas de fiebre y otros poemas de Avelino Oreiro.
   ¿Puede reinventarse la décima espinela en 2018? “¡Sí, se puede!”, que gritaría un veinteañero europeo extemporáneo de Quilapayún, aunque a mi compadre Avelino Oreiro no le pueda hacer mucha gracia este símil.
   No, en serio. Lo de Oreiro es algo auténticamente marciano. Su poesía de métrica añeja y fondo tan pretérito como eterno sólo puede provocar hoy urticaria entre estructuralistas setenteros que hayan leído a John Ashbery con fervor. Unas cuantas décimas es puro líquido de ortiga para echárselo en la cara a cualquier fanático de la escritura china de José Miguel Ullán o las mutilaciones lingüísticas de Julia Castillo.




   Este andaluz galleguizado, o viceversa, abre la puerta a la música verbal antigua con un atractivo asombroso.

BOSQUEJO DE UN AUTORRETRATO

Amo el zumo del dios Baco,
la tarde, el bosque otoñal,
la belleza impersonal,
las tertulias y el tabaco;
las pulgas y el perro flaco,
las plazuelas recoletas,
los vïajes sin maletas,
los soliloquios del mar
y la canción popular,
que es poesía sin poetas.

   Voz que canta al oro viejo del humanismo con la herramienta de la sinceridad —qué palabra tan malgastada—, que domina con aprendizaje y disposición apacible el medieval y barroco juego de contrarios, el cauce silábico, el peso tradicional de la belleza, el orden en la emoción.

EL PRIMER POEMA

Un recién nacido llora,
grita su primer poema:
Una soledad suprema
se inaugura en cada aurora.
Al nacer, un niño añora
un mundo vivaz, eterno,
el paraíso materno,
el vientre de la mujer.
Un niño llora, al nacer,
como saludo al infierno.

   Hay otros bombones con distintos sabores en esta caja. Eros y algo de cachondeo, pero sin pasarse, que tampoco estamos ante una colección de chistes. Oreiro, público admirador de Cela y otros ilustres estudiosos de la idiosincrasia española, conoce la importancia del freno al exceso de misticismo y aplica en otros poemas humor fino, disimulado, sin abandonar el obligado tono melancólico que planea en toda la obra.

VISLUMBRES DE CALAVERA

Calvicie en cuarto creciente
—hojarasca en la bañera—,
vislumbres de calavera
bajo la arrugada frente.
Envejece lentamente
mi semblante en el espejo,
pero en él no me reflejo
para pensar o sentir.
Aún me cuesta asumir
que me estoy haciendo viejo.

   Un libro definitivamente simpático, en el sentido más griego de su etimología.

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