Unas cuantas décimas de fiebre y otros poemas de Avelino Oreiro.
¿Puede reinventarse la décima espinela
en 2018? “¡Sí, se puede!”, que gritaría un veinteañero europeo extemporáneo de Quilapayún,
aunque a mi compadre Avelino Oreiro no le pueda hacer mucha gracia este símil.
No, en serio. Lo de Oreiro es algo
auténticamente marciano. Su poesía de métrica añeja y fondo tan pretérito como
eterno sólo puede provocar hoy urticaria entre estructuralistas setenteros que
hayan leído a John Ashbery con fervor. Unas
cuantas décimas es puro líquido de ortiga para echárselo en la
cara a cualquier fanático de la escritura china de José Miguel Ullán o las
mutilaciones lingüísticas de Julia Castillo.
Este andaluz galleguizado, o viceversa,
abre la puerta a la música verbal antigua con un atractivo asombroso.
BOSQUEJO DE UN AUTORRETRATO
Amo el zumo del dios Baco,
la tarde, el bosque otoñal,
la belleza impersonal,
las tertulias y el tabaco;
las pulgas y el perro flaco,
las plazuelas recoletas,
los vïajes sin maletas,
los soliloquios del mar
y la canción popular,
que es poesía sin poetas.
Voz que canta al oro viejo del
humanismo con la herramienta de la sinceridad —qué palabra tan malgastada—, que
domina con aprendizaje y disposición apacible el medieval y barroco juego de
contrarios, el cauce silábico, el peso tradicional de la belleza, el orden en
la emoción.
EL PRIMER POEMA
Un recién nacido llora,
grita su primer poema:
Una soledad suprema
se inaugura en cada aurora.
Al nacer, un niño añora
un mundo vivaz, eterno,
el paraíso materno,
el vientre de la mujer.
Un niño llora, al nacer,
como saludo al infierno.
Hay otros bombones con distintos
sabores en esta caja. Eros y algo de cachondeo, pero sin pasarse, que tampoco
estamos ante una colección de chistes. Oreiro, público admirador de Cela y
otros ilustres estudiosos de la idiosincrasia española, conoce la importancia
del freno al exceso de misticismo y aplica en otros poemas humor fino, disimulado,
sin abandonar el obligado tono melancólico que planea en toda la obra.
VISLUMBRES DE CALAVERA
Calvicie en cuarto creciente
—hojarasca en la bañera—,
vislumbres de calavera
bajo la arrugada frente.
Envejece lentamente
mi semblante en el espejo,
pero en él no me reflejo
para pensar o sentir.
Aún me cuesta asumir
que me estoy haciendo viejo.
Un libro definitivamente simpático, en
el sentido más griego de su etimología.
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