En
el verano de 2000 andaba yo examinándome de las oposiciones a profesor en la
isla de Gran Canaria. Entre prueba y prueba pasaban varios días, y cada uno de
esos días se hacía larguísimo. Tuve la suerte de poder
acudir con frecuencia a la casa de mi tío Juan Gómez Bonillo, catedrático de
Filosofía en la UNED de Las Palmas, que conversaba conmigo entre café, ron
miel, tabaco y me ayudaba a olvidar por momentos los sinsabores de ese proceso
selectivo tan embrutecedor.
¿De qué hablábamos? De nuestro tema favorito, por supuesto: la poesía
contemporánea. Entre los muchos nombres que bailaban en nuestras bocas, de
repente, surgió el de Aurora. Me dijo: «Oye, tú que eres de Cartagena, ¿has
leído a mi amiga Aurora Saura? La conocí en Murcia. Enseñé allí durante algunos
años. Hice amistad con su marido, que es también de Filosofía. Ella es una
poeta elegantísima». Tenía entonces veintidós años y poco recorrido había hecho
yo en el campus de La Merced por las letras regionales más allá de fiestas
universitarias y lecturas clásicas o extranjeras.
Así, me habló de un poema
titulado ‘Lager’. Está dedicado a la memoria del escritor italiano de origen
judío Primo Levi. Debo aclarar que “lager” significa en alemán “campamento”,
“asentamiento en el campo”, pero fue usada en la época del nazismo como forma
abreviada, y común, de Konzentrationslager
(Campo de concentración). Pertenece al libro Si tocamos la tierra (El Bardo, 2012) y se puede también encontrar
en la antología que acabo de leer, Avivar el fuego:
LAGER
Quién volverá a decir con labios puros
la palabra “Lager”.
Quién la salvará del horror
con que la oyeron,
del horror con que la aprendieron,
la pronunciaron y odiaron
tantos seres.
Quién le devolverá su gracia inocente
de trigo y arboledas.
Decid ahora vosotros la palabra “Lager”.
Decidla despacio con voces generosas.
No olvidéis la desesperanza, el dolor,
el rechazo con que la vivieron,
y poned sobre ellos un intenso amor.
Que vuelva “Lager” a ser en vuestras bocas
una palabra humilde,
y digna,
y verdadera.
Siempre
recordaré con la piel de gallina esta melancólica, desgarrada y esperanzadora
entrada al universo de Aurora. Fue a casi 2.000 kilómetros de distancia de
donde escribo esto ahora, cerrando el círculo de la amistad con ella y su
exquisita literatura.
Después,
en progresión, llegaría el resto de mis descubrimientos en la obra de Saura: los
homenajes sutilmente explícitos a genios de la pintura, la música o la palabra:
Fiedrich, Haendel, Cortázar; la contemplación milagrosa que ofrecen de continuo
los accidentes de la naturaleza; la profundidad lírica en el análisis de la
ausencia, la venganza, la concordia; los encuentros inacabados que coronan de
eternidad el amor; el tratamiento del erotismo con una mansa distinción; el
canto alto al detalle cotidiano alrededor de una chimenea familiar, al largo
silencio de la posguerra española; la compasión por personajes de ficción que
quieren salir del óleo en el que fueron retratados y atravesar las paredes del
museo que les deprime; los interiores de la mujer, de una niña, de una diosa
que también quiere ser libre «quiero decir / con libertad semejante / a lo que
llaman / libertad los varones».
Lo
mejor de Las horas, De qué árbol, Retratos de interior, Si
tocamos la tierra y la plaquette de haikus Mediterráneo oriental está aquí, en Avivar el fuego (Poemas 1980-2017). Y de postre nos regala diez poemas inéditos. Este
libro sabe definir la belleza, tiene las costuras cumplidas.
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