7/11/2018


   En el verano de 2000 andaba yo examinándome de las oposiciones a profesor en la isla de Gran Canaria. Entre prueba y prueba pasaban varios días, y cada uno de esos días se hacía larguísimo. Tuve la suerte de poder acudir con frecuencia a la casa de mi tío Juan Gómez Bonillo, catedrático de Filosofía en la UNED de Las Palmas, que conversaba conmigo entre café, ron miel, tabaco y me ayudaba a olvidar por momentos los sinsabores de ese proceso selectivo tan embrutecedor.
   ¿De qué hablábamos? De nuestro tema favorito, por supuesto: la poesía contemporánea. Entre los muchos nombres que bailaban en nuestras bocas, de repente, surgió el de Aurora. Me dijo: «Oye, tú que eres de Cartagena, ¿has leído a mi amiga Aurora Saura? La conocí en Murcia. Enseñé allí durante algunos años. Hice amistad con su marido, que es también de Filosofía. Ella es una poeta elegantísima». Tenía entonces veintidós años y poco recorrido había hecho yo en el campus de La Merced por las letras regionales más allá de fiestas universitarias y lecturas clásicas o extranjeras.




   Así, me habló de un poema titulado ‘Lager’. Está dedicado a la memoria del escritor italiano de origen judío Primo Levi. Debo aclarar que “lager” significa en alemán “campamento”, “asentamiento en el campo”, pero fue usada en la época del nazismo como forma abreviada, y común, de Konzentrationslager (Campo de concentración). Pertenece al libro Si tocamos la tierra (El Bardo, 2012) y se puede también encontrar en la antología que acabo de leer, Avivar el fuego:

LAGER
                                                                                   
Quién volverá a decir con labios puros
la palabra “Lager”.

Quién la salvará del horror
con que la oyeron,
del horror con que la aprendieron,
la pronunciaron y odiaron                          
tantos seres.
Quién le devolverá su gracia inocente
de trigo y arboledas.

Decid ahora vosotros la palabra “Lager”.
Decidla despacio con voces generosas.
No olvidéis la desesperanza, el dolor,
el rechazo con que la vivieron,
y poned sobre ellos un intenso amor.
Que vuelva “Lager” a ser en vuestras bocas
una palabra humilde,
                                                 y digna, 
                                                                      y verdadera.

   Siempre recordaré con la piel de gallina esta melancólica, desgarrada y esperanzadora entrada al universo de Aurora. Fue a casi 2.000 kilómetros de distancia de donde escribo esto ahora, cerrando el círculo de la amistad con ella y su exquisita literatura.
   Después, en progresión, llegaría el resto de mis descubrimientos en la obra de Saura: los homenajes sutilmente explícitos a genios de la pintura, la música o la palabra: Fiedrich, Haendel, Cortázar; la contemplación milagrosa que ofrecen de continuo los accidentes de la naturaleza; la profundidad lírica en el análisis de la ausencia, la venganza, la concordia; los encuentros inacabados que coronan de eternidad el amor; el tratamiento del erotismo con una mansa distinción; el canto alto al detalle cotidiano alrededor de una chimenea familiar, al largo silencio de la posguerra española; la compasión por personajes de ficción que quieren salir del óleo en el que fueron retratados y atravesar las paredes del museo que les deprime; los interiores de la mujer, de una niña, de una diosa que también quiere ser libre «quiero decir / con libertad semejante / a lo que llaman / libertad los varones».
   Lo mejor de Las horas, De qué árbol, Retratos de interior, Si tocamos la tierra y la plaquette de haikus Mediterráneo oriental está aquí, en Avivar el fuego (Poemas 1980-2017). Y de postre nos regala diez poemas inéditos. Este libro sabe definir la belleza, tiene las costuras cumplidas.

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