El primer animal de lo invisible de Eugenio Sánchez Salinas.
En el primer poema de un brioso debut,
el autor se desabrocha este verso: «Yo sé que todos los hombres tienen miedo a
recordarse». Es un acto de arrojo reconocerlo, ya que, aunque este libro
contenga frecuentes enumeraciones recordatorias, Eugenio Sánchez Salinas se
enrosca inevitablemente en la melancolía, que no es sino un recuerdo que se
ignora, como pensaba Flaubert.
En su versículo, de ascendencia
lezamiana y lugonismo experimental, suena un cántico elaborado de vanguardia añeja
y timbre barroco. Sabe generar imágenes tan eficaces como esta: «no tengo hoy
esa lástima esencial de los olivos». En ningún momento se cae en el lloriqueo
fácil. Sánchez Salinas conoce la humildad de la autoparodia, su necesidad, y la
pone en práctica estratégicamente para la buena fluidez de su música
claroscura:
y aplastas contra el televisor esas moscas
que se quedan entre los resquicios del invierno
y eres capaz de escribir ‘resquicios del
invierno’ sin arrojarte a la vergüenza
Tú que nunca te parecerás ni a las películas
ni a los taxistas ni a los que ya no van a los cines porno
y que una mujer dijo de ti que no quieres la
felicidad, que no la buscas, que la rechazas:
que quizás tenga razón a pesar de ser
budista
Palabra carnosa y aguda. Derroche de
inteligencia en soledad.
A los que esperábamos este bautizo
libresco con ganas, no nos ha dolido la espera.
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