27/12/2018


   El primer animal de lo invisible de Eugenio Sánchez Salinas.
   En el primer poema de un brioso debut, el autor se desabrocha este verso: «Yo sé que todos los hombres tienen miedo a recordarse». Es un acto de arrojo reconocerlo, ya que, aunque este libro contenga frecuentes enumeraciones recordatorias, Eugenio Sánchez Salinas se enrosca inevitablemente en la melancolía, que no es sino un recuerdo que se ignora, como pensaba Flaubert.




   En su versículo, de ascendencia lezamiana y lugonismo experimental, suena un cántico elaborado de vanguardia añeja y timbre barroco. Sabe generar imágenes tan eficaces como esta: «no tengo hoy esa lástima esencial de los olivos». En ningún momento se cae en el lloriqueo fácil. Sánchez Salinas conoce la humildad de la autoparodia, su necesidad, y la pone en práctica estratégicamente para la buena fluidez de su música claroscura:

y aplastas contra el televisor esas moscas que se quedan entre los resquicios del invierno
y eres capaz de escribir ‘resquicios del invierno’ sin arrojarte a la vergüenza

Tú que nunca te parecerás ni a las películas ni a los taxistas ni a los que ya no van a los cines porno
y que una mujer dijo de ti que no quieres la felicidad, que no la buscas, que la rechazas:
que quizás tenga razón a pesar de ser budista

   Palabra carnosa y aguda. Derroche de inteligencia en soledad.
   A los que esperábamos este bautizo libresco con ganas, no nos ha dolido la espera.

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