Estancia de sombras de Isabel Fresco Otero.
LOLA
Junto a ese árbol,
en la acera
murió una mujer
esta mañana.
Ya nadie lo recuerda.
En seguida acudió
el servicio
de limpieza urbana,
y escondió a la
muerta
bajo una manta
verde
como la esperanza.
Por unos instantes
se hizo un corro
de curiosos que no
la conocían
de nada,
y se enteraron de
que salió planeando
en camisón y bata
desde su ventana.
Ya nadie lo
recuerda.
Y los perros orinan
en el árbol
Como si nada.
Destaco
la elaborada sencillez de la autora en ‘Lola’ y otros poemas para lastimarse
combatiendo cuerpo a cuerpo con la sangre que salpica el contexto; la lúdica
docente y el sustrato literario de Eliot, Pessoa, Bécquer, San Juan de la Cruz,
así como la magia submarina de la lengua gallega, que forja un epílogo de
peces, mamíferos e insectos («Ficaréi pequeñina / como un saltón no medio do
maínzo, / mirando os gallos como sinais / distorsionados / polo tempo»); su
didáctica amatoria ovidiana —«Amarte es ir hablando por la calle / de algo no
demasiado serio»— y una estrofa acusatoria del tríptico ‘Pioneros de un tiempo
futuro’, que agarra en segunda persona a una sociedad infantil de las solapas y
la sacude para que espabile:
La ignorancia os ha
convertido en espías parásitos,
en enjambres de
insectos que solo sirven
para morderse y
engordar
en el festín
linfático.
No quisisteis oír
la verdad ni arriesgar los placeres,
ni aceptar el
dolor; preferisteis ser
menores de edad por
tiempo indefinido
y no sabéis luchar
como guerreros.
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