Otras tradiciones de John Ashbery.
Nadie espera
una visión canónica en un ensayo de John Ashbery, ni siquiera un camino
alternativo. Ashbery llevaba en su ADN, como escritor y como lector, la misma transmisión
que el topo más oculto de la familia. Su búsqueda lingüística de la aleación
imperfecta entre la meditación, la sordidez y la fantasía autobiográfica la
aplica, como era de esperar, a sus rastreos por la historia literaria. Las
razones que mueven su ensayismo son idénticas a las de sus ficciones, que son
la ausencia de la razón.
Sirva esta
anécdota:
Por desgracia, no soy muy bueno «explicando»
mi trabajo. Intenté hacerlo en una ocasión, en una clase del tipo
pregunta-respuesta con algunos estudiantes de mi amigo Richard Howard, quien al
terminar me dijo: «Ellos querían la llave de tu poesía, y en cambio tú les
diste un nuevo juego de cerraduras».
Escoge seis
tradiciones furtivas y a cada una de ellas dedica un estudio sustancioso. La
obra de tres poetas ingleses: el loco John Clare, del que prefiere una
selección sensata de sus composiciones cortas a cualquiera de sus poemas
extensos, sobrados de ripios; Thomas Lovell Beddoes, que cometió el “pecado”
cronológico de emerger en el postromanticismo, fue completamente eclipsado,
vivió obsesionado con la muerte y se envenenó a mediados del XIX; y John
Wheelwright, rebelde bisexual que murió tempranamente por atropello de
automóvil y que saltó, en el intento de filtrar sus cargas ideológicas al
verso, de lo teológico al marxismo revolucionario, fundando el Partido de los
Trabajadores Socialistas Trotskistas. También la obra del escritor, músico y
ajedrecista francés Raymond Roussel, que acabó con su vida por una sobredosis
de barbitúricos y cuya obra, de formas regulares pero temas extravagantes, fue
proyectada con tanta ambición como escaso triunfo. Por último, la obra de dos
americanos: el poco conocido David Schubert, especialista en hacer resbalar las
palabras dentro de otros significados, y Laura Riding, que hizo también del
manicomio su hogar las tres últimas décadas de vida (la mano del Cielo no es amable, / los hermosos palacios eran demasiado
hermosos, / la desmesura más victoriosa / es la más terrible).
Subrayo la
almendra de uno de los debates interpretativos de la crítica moderna. Ashbery
lo tiene muy claro, es todo lo contrario a un formalista. Inicia el capítulo
dedicado a Laura Riding declarando esto:
Al volver sobre los poetas de los que
he hablado hasta ahora me doy cuenta de que cada uno de ellos exige que se les
trate de forma especial. Me refiero al hecho de que leer sus obras es menos
sencillo que, por ejemplo, leer la de John Keats, del que uno puede simplemente
sacar un libro del estante, abrirlo, empezar a leer y disfrutar. Los que yo he
seleccionado exigen que nos adaptemos o entremos en la longitud de onda
adecuada. Saber algo de sus vidas y de las circunstancias en las que trabajaron
nos ayuda en esa tarea, dado que de ello dependen en buena medida las
diferencias en la calidad de lo que escribieron.
Pocas mentes
pueden permitirse el lujo de minusvalorar a Eliot o a Pound comparándolos con
alguno de estos seis autores subterráneos. Ashbery sí tiene esa autoridad para
callar a veces las bocas de los que han hecho del binomio estadounidense una
posesión intelectual sagrada.
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