28/12/2018


   Otras tradiciones de John Ashbery.
   Nadie espera una visión canónica en un ensayo de John Ashbery, ni siquiera un camino alternativo. Ashbery llevaba en su ADN, como escritor y como lector, la misma transmisión que el topo más oculto de la familia. Su búsqueda lingüística de la aleación imperfecta entre la meditación, la sordidez y la fantasía autobiográfica la aplica, como era de esperar, a sus rastreos por la historia literaria. Las razones que mueven su ensayismo son idénticas a las de sus ficciones, que son la ausencia de la razón.
   Sirva esta anécdota:

   Por desgracia, no soy muy bueno «explicando» mi trabajo. Intenté hacerlo en una ocasión, en una clase del tipo pregunta-respuesta con algunos estudiantes de mi amigo Richard Howard, quien al terminar me dijo: «Ellos querían la llave de tu poesía, y en cambio tú les diste un nuevo juego de cerraduras».




   Escoge seis tradiciones furtivas y a cada una de ellas dedica un estudio sustancioso. La obra de tres poetas ingleses: el loco John Clare, del que prefiere una selección sensata de sus composiciones cortas a cualquiera de sus poemas extensos, sobrados de ripios; Thomas Lovell Beddoes, que cometió el “pecado” cronológico de emerger en el postromanticismo, fue completamente eclipsado, vivió obsesionado con la muerte y se envenenó a mediados del XIX; y John Wheelwright, rebelde bisexual que murió tempranamente por atropello de automóvil y que saltó, en el intento de filtrar sus cargas ideológicas al verso, de lo teológico al marxismo revolucionario, fundando el Partido de los Trabajadores Socialistas Trotskistas. También la obra del escritor, músico y ajedrecista francés Raymond Roussel, que acabó con su vida por una sobredosis de barbitúricos y cuya obra, de formas regulares pero temas extravagantes, fue proyectada con tanta ambición como escaso triunfo. Por último, la obra de dos americanos: el poco conocido David Schubert, especialista en hacer resbalar las palabras dentro de otros significados, y Laura Riding, que hizo también del manicomio su hogar las tres últimas décadas de vida (la mano del Cielo no es amable, / los hermosos palacios eran demasiado hermosos, / la desmesura más victoriosa / es la más terrible).
   Subrayo la almendra de uno de los debates interpretativos de la crítica moderna. Ashbery lo tiene muy claro, es todo lo contrario a un formalista. Inicia el capítulo dedicado a Laura Riding declarando esto:

   Al volver sobre los poetas de los que he hablado hasta ahora me doy cuenta de que cada uno de ellos exige que se les trate de forma especial. Me refiero al hecho de que leer sus obras es menos sencillo que, por ejemplo, leer la de John Keats, del que uno puede simplemente sacar un libro del estante, abrirlo, empezar a leer y disfrutar. Los que yo he seleccionado exigen que nos adaptemos o entremos en la longitud de onda adecuada. Saber algo de sus vidas y de las circunstancias en las que trabajaron nos ayuda en esa tarea, dado que de ello dependen en buena medida las diferencias en la calidad de lo que escribieron.

   Pocas mentes pueden permitirse el lujo de minusvalorar a Eliot o a Pound comparándolos con alguno de estos seis autores subterráneos. Ashbery sí tiene esa autoridad para callar a veces las bocas de los que han hecho del binomio estadounidense una posesión intelectual sagrada.

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