Volver a brindar con extraños de Noelia Illán Conesa.
Cuando el anciano
poeta la llamó,
se levantó una
contundencia perfecta,
aplastando como
Atila todo a su paso.
Dejó el cigarro mal
apagado en la cerámica negra
y agarró su libro
con fuerza, sin alzar la vista.
Se olía a miel y a
verde entonces.
Cantó como cantaba
Homero las gestas,
y luego arrancó sin
más una página escrita.
Del mismo modo,
segura de sí, firme de fuste,
volvió a su sitio,
ignorante de aplausos y risas.
Ahí deseó besarla,
dice.
Ahí quiso tocar su
tatuaje.
Luego, la historia
continuó fuera de escena.
A partir de ahí, poemas de sensualidad y conflicto,
de espera y ansiedad adolescente, «el vino por el suelo y en la boca». Alta
frivolidad.
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