Vuelvo a encontrar mi azul de María Teresa Cervantes.
Mª Teresa ha elegido el color
favorito del modernismo para la nostalgia de los amigos perdidos y para
despedirse de los que le rodeamos en la querencia humana y literaria. Por ello,
agita la mano lentamente, con una vivaz melancolía, su auténtico sello poético
desde su primer libro hasta quién sabe cuál. Me niego a creer que este azul sea el libro final, aunque llore
con el recuerdo juvenil de París o la lejana infancia en Murcia, aunque entone
el ubi sunt como nunca y la soledad espejada
ofusque los cimientos de su fe católica, que en ella fue casi siempre movediza.
Copio versos dedicados a su amigo
Agustín Meseguer, poeta desgraciado al que tanto apreció entre sus paseos de
alcohol, tristeza y alucinación por el barrio cartagenero de Los Dolores.
CAMINO ENTRE VIAJEROS
El rostro ausente
es niebla que suplica una voz, un acento...
Algo que lo devuelva
a aquel su
estar de entonces,
donde era conocido y lo invitaban
a estar entre los otros y a
quedarse.
El rostro del ausente y rehacernos después
de tanta trayectoria, del mundo en que
vivimos,
del error y el delirio, de los golpes del
mundo,
del que muere vencido sin haber combatido.
He cruzado de nuevo la frontera:
camino entre viajeros, arrastro mi maleta.
No sé quiénes se sientan frente a mí,
todos me
son extraños.
Hay un tren que parece estacionado.
Yo desciendo de nuevo con mi leve equipaje
en un silencio hondo, es medianoche.
Acaso haya llegado y no lo advierto;
me siento
algo confusa.
Quizá pudo esperarme una imagen querida
más allá de
mis pasos.
No sé qué hora será, ni qué país es éste
que persiste en su azul,
un azul muy intenso que se expande y se
expande
al fondo
de mi vida.
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