Monstruas y centauras de Marta Sanz.
He
llegado a este ensayo porque disfruté su novela Farándula y sentía curiosidad por cómo defiende Marta Sanz su
prosa al desarrollar ideas propias sobre el presente colectivo, al abordar el
centauro de los géneros literarios —Alfonso Reyes dixit—, los peligros de la
escritura urgente, más aún tratándose del delicadísimo tema de los nuevos
lenguajes del feminismo.
Acabo de terminarlo.
Con nulo ánimo de debatir o llegar a cualquier tipo de conclusión, me ha
gustado ese tú a tú de Marta Sanz con lectores similares a mi perfil, cuya
educación literaria, y por tanto política, es muy parecida a la de la autora,
ya que somos, año arriba o abajo, de casi la misma generación, criados ya en la
democracia española. Sí, he dicho democracia, que no se me altere ningún
apocalíptico sabelotodo.
Me encanta el
estilo, el carácter expresivo de Monstruas
y centauras. Da gusto leer un ensayo con la pulsión de un hilo narrativo,
viviendo un bombardeo de información cruzada con pensamiento y opinión que
mantiene fresca cada página.
Intento imaginar mi
vida si hubiese nacido mujer (lo hago y lo hacemos muchos hombres a los que nos
preocupa este asunto), observar el mayor número posible de detalles en la
cotidianidad de la mujer occidental y me identifico muchísimo con el repaso
social y la autodescripción hecha en el primer capítulo por Sanz, titulado
‘Realidad: 8 de marzo’. Como siempre, se enciende la primera alarma con el
filtro ideológico y sus consecuentes diferenciaciones. Por ejemplo, en un mismo
párrafo asiento sustantivamente y me decepciono adjetivalmente. Copio: «Hoy aún
quedan muchísimas razones para seguir siendo feminista». Claro. Totalmente de
acuerdo. Y en la educación (familia, escuela, medios de comunicación y
culturales) es donde está la base, donde hay que trabajar duro. Ahí vamos de la
mano. E inmediatamente escribe «tal y como se deduce de la lectura del
documento ‘La precariedad laboral de las mujeres en la crisis y su
recuperación’, elaborado por José Daniel Lacalle, de la Fundación de
Investigaciones Marxistas». ¡Pum! Ya llegó el temita. Más adelante, en el
capítulo dos, declarará: «soy de esas feministas que no saben separar el
patriarcado del capitalismo». Y ya no te decepciona, porque hace unas cuantas
páginas que has desconectado del punto de vista ideológico desde el que desea
expresarse la autora. Mi condición de pequeño-burgués occidental —de la que no
quisiera salir, sino sumar a cuanta más gente, mejor— me impide asociar el
patriarcado con el capitalismo. En mi ilusión social de llegar a la más
avanzada conciencia desprejuiciada e igualdad de derechos de la mujer y el
varón, el capitalismo moderado seguiría existiendo.
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