Dorados días de sol y
noche de Luis Antonio de Villena.
El vuelo de retorno, sobre todo en el tramo Toronto-Ámsterdam,
fue muy movido. Pensaba yo entonces en la imagen de un chico bellísimo —Óscar—
que había conocido antes apenas de abandonar Madrid. Su cuerpo y su belleza me
esperaban, aún no me había acostado con él (creo), me fascinaba y me ayudaba su
imagen radiante y —lo que es más bello— como sin darse cuenta. ¿Qué temería? Sí,
Óscar era el ángel prodigioso que esperaba, el multiplicado milagro (uno
universal) que no he dejado de ansiar y coleccionar en toda mi vida, que sigo
buscando y coleccionando todavía, añadiré que por fortuna...
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