Espectros de la movida
de Víctor Lenore.
MARICONEAR
El ambiente gay es otro de los campos
de batalla interesantes. Está claro que los ochenta fueron un avance en
visibilización, pero no necesariamente a la hora de superar los estereotipos.
¿Se aceptó el fenómeno gay en toda su diversidad o se limitó a los tópicos del
marica, fiestero, consumista y adicto a la prensa del corazón? «Como sabemos de
sobra, todos leían mucho el Hola en
aquellos años, tanto los gays como los heteros. Quien dice Hola dice Falcon Crest, no cosas intensas y profundas tipo Pasolini. En el mundillo artístico
se iba a ver ciertas películas como La rodilla de Clara, de Rohmer, que interesaba por los mismos motivos pajilleros por los
que otros iban a ver Los bingueros»,
explica Víctor Coyote. Como muchos protagonistas de la época, recuerda que las
líneas de separación sexual no eran tan estrictas. «En el sector moderno, con
tanto alcohol y tantas drogas, cualquier hetero se ponía a mariconear a las
tres de la mañana», me explica en una conversación personal.
La división se marcaba, más bien, entre
gente guapa y gente vulgar. Madrid no era un hervidero de ideas, sino una
fiesta del capital triunfante. Valga esta descripción de la primera fiesta de
la revista Total, narrada en la biografía
de Eduardo Haro Ibars. Hablamos de un periodista underground y letrista clave
de la época, que trabajó con Gabinete Caligari y la Orquesta Mondragón. «El
local está desbordante de modelos y gente guapa. El ego es el rey de la noche.
Todo es fashion, design y carnestolendas. Hay una evidente eclosión
del diseño. La moda y la música forman un maridaje rotundo. Hay que lucir guapo
sobre el escenario y los modistos visten a los artistas», recuerda J. Benito
Fernández, autor del texto. La verdad es que suena a tráiler del mundillo fashion actual.
El escritor y poeta Luis Antonio de
Villena, otro gay ilustre de la época, confesaba en una entrevista reciente
cómo su subjetividad está marcada por el sexo como objeto de consumo. Admite
sin problemas haber pagado a varios de sus amantes y hace un ejercicio de
honestidad sobre sus frustraciones sentimentales: «A nivel personal, mi mayor
derrota es no haber sabido amar cuando me lo han pedido. Tuve una adolescencia
muy solitaria, muy de lector. Como me gustaba el mundo clásico, leía sobre
Grecia y buscaba la idea de un joven maravilloso y guapísimo; si no era así, no
me interesaba. Eso me creó un idealismo de raíz platónica que luego me ha
impedido amar». Aunque la respuesta no tenga valor científico, el tipo de
idealismo que describe es típico de los testimonios de la época. Villena
buscaba un adonis, otros perseguían lolitas y un tercer grupo se obsesionaba
con los iconos ambiguos, fuesen Nico o Bowie. Pasadas cuatro décadas, parece
claro que ese enfoque porno-groupie-mitómano
no es el más útil para disfrutar del amor y del sexo; sobre todo, si prolongas
el impulso adolescente más años de la cuenta.
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