23/8/2019


   Espectros de la movida de Víctor Lenore.

   MARICONEAR

   El ambiente gay es otro de los campos de batalla interesantes. Está claro que los ochenta fueron un avance en visibilización, pero no necesariamente a la hora de superar los estereotipos. ¿Se aceptó el fenómeno gay en toda su diversidad o se limitó a los tópicos del marica, fiestero, consumista y adicto a la prensa del corazón? «Como sabemos de sobra, todos leían mucho el Hola en aquellos años, tanto los gays como los heteros. Quien dice Hola dice Falcon Crest, no cosas intensas y profundas tipo Pasolini. En el mundillo artístico se iba a ver ciertas películas como La rodilla de Clara, de Rohmer, que interesaba por los mismos motivos pajilleros por los que otros iban a ver Los bingueros», explica Víctor Coyote. Como muchos protagonistas de la época, recuerda que las líneas de separación sexual no eran tan estrictas. «En el sector moderno, con tanto alcohol y tantas drogas, cualquier hetero se ponía a mariconear a las tres de la mañana», me explica en una conversación personal.
   La división se marcaba, más bien, entre gente guapa y gente vulgar. Madrid no era un hervidero de ideas, sino una fiesta del capital triunfante. Valga esta descripción de la primera fiesta de la revista Total, narrada en la biografía de Eduardo Haro Ibars. Hablamos de un periodista underground y letrista clave de la época, que trabajó con Gabinete Caligari y la Orquesta Mondragón. «El local está desbordante de modelos y gente guapa. El ego es el rey de la noche. Todo es fashion, design y carnestolendas. Hay una evidente eclosión del diseño. La moda y la música forman un maridaje rotundo. Hay que lucir guapo sobre el escenario y los modistos visten a los artistas», recuerda J. Benito Fernández, autor del texto. La verdad es que suena a tráiler del mundillo fashion actual.
   El escritor y poeta Luis Antonio de Villena, otro gay ilustre de la época, confesaba en una entrevista reciente cómo su subjetividad está marcada por el sexo como objeto de consumo. Admite sin problemas haber pagado a varios de sus amantes y hace un ejercicio de honestidad sobre sus frustraciones sentimentales: «A nivel personal, mi mayor derrota es no haber sabido amar cuando me lo han pedido. Tuve una adolescencia muy solitaria, muy de lector. Como me gustaba el mundo clásico, leía sobre Grecia y buscaba la idea de un joven maravilloso y guapísimo; si no era así, no me interesaba. Eso me creó un idealismo de raíz platónica que luego me ha impedido amar». Aunque la respuesta no tenga valor científico, el tipo de idealismo que describe es típico de los testimonios de la época. Villena buscaba un adonis, otros perseguían lolitas y un tercer grupo se obsesionaba con los iconos ambiguos, fuesen Nico o Bowie. Pasadas cuatro décadas, parece claro que ese enfoque porno-groupie-mitómano no es el más útil para disfrutar del amor y del sexo; sobre todo, si prolongas el impulso adolescente más años de la cuenta.


   

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