2/1/2020


   Carrera con el diablo de Luis Sánchez Martín.
   No tiene nada de casualidad que el poeta Abel Santos prologue este libro. Ambos autores han atravesado el vasto desierto del alcoholismo que casi les aniquila. Y ambos, en determinado momento, se han convertido a la “religión” del viejo Aristóteles, es decir, han sentido el primer latido de la virtud creciendo en la desgracia. Con la diferencia de que en ellos esa virtud tenía un nombre propio de mujer. En el caso de Carrera con el diablo esa mujer es Teresa, «la chica de las gafas de pasta / y el pelo muy corto».
   El trauma y la furia hicieron bien su trabajo, como ratas hambrientas al olor de la manteca fresca.
   Tras la tremenda granizada, sirviéndose de una imaginería indestructible de discos, libros, películas, carretera y el sarcasmo pirata que ha levantado sobre su coraje, a Luis Sánchez Martín, firme ya como una torre, no lo doblegará prácticamente nada. Entiende el poema como la mejor manera literaria de sacarse las entrañas en vertical, ponérselas al carnicero en su tabla de cortar y, en lugar de quedarse a mirar cómo este empieza a frotar los cuchillos, salir sangrando por la puerta del supermercado y silbar por la calle con media sonrisa en la cara hasta que Gene Vincent diga basta.




EL DÍA QUE MURIÓ MI ABUELO

El día que murió mi abuelo
mi madre me dio una paliza.

Han pasado casi cuarenta años
y sigo sin ver relación alguna
pero ella parecía convencida.

El día que murió mi madre
llevaba diez años sin verla
y aunque sabía dónde y cuándo
era el entierro
no pude ir:
tenía que hacer la compra, lavar el coche
y limpiar la casa.

¿No ves la relación?
Es el mercado, amigo.

Comentarios