Carrera con el diablo de Luis Sánchez Martín.
No tiene nada
de casualidad que el poeta Abel Santos prologue este libro. Ambos autores han
atravesado el vasto desierto del alcoholismo que casi les aniquila. Y ambos, en
determinado momento, se han convertido a la “religión” del viejo Aristóteles,
es decir, han sentido el primer latido de la virtud creciendo en la desgracia.
Con la diferencia de que en ellos esa virtud tenía un nombre propio de mujer.
En el caso de Carrera con el diablo
esa mujer es Teresa, «la chica de las gafas de pasta / y el pelo muy corto».
El trauma y la
furia hicieron bien su trabajo, como ratas hambrientas al olor de la manteca
fresca.
Tras la tremenda
granizada, sirviéndose de una imaginería indestructible de discos, libros, películas,
carretera y el sarcasmo pirata que ha levantado sobre su coraje, a Luis Sánchez
Martín, firme ya como una torre, no lo doblegará prácticamente nada. Entiende
el poema como la mejor manera literaria de sacarse las entrañas en vertical,
ponérselas al carnicero en su tabla de cortar y, en lugar de quedarse a mirar
cómo este empieza a frotar los cuchillos, salir sangrando por la puerta del supermercado
y silbar por la calle con media sonrisa en la cara hasta que Gene Vincent diga
basta.
EL DÍA QUE MURIÓ MI
ABUELO
El día que murió mi
abuelo
mi madre me dio una
paliza.
Han pasado casi
cuarenta años
y sigo sin ver
relación alguna
pero ella parecía
convencida.
El día que murió mi
madre
llevaba diez años sin
verla
y aunque sabía dónde y
cuándo
era el entierro
no pude ir:
tenía que hacer la
compra, lavar el coche
y limpiar la casa.
¿No ves la relación?
Es el mercado, amigo.
Comentarios
Publicar un comentario