He leído Espacio transitorio de José Luis Zerón Huguet.
REGRESO EN EL TREN DE
CERCANÍAS
El malva y el rojo
pugnan por sobrevivir al fulgor de chatarra del cielo.
La luz solar es un pétalo
marchito en el turbio hondón del poniente.
En las laderas de los
montes empiezan a iluminarse las urbanizaciones.
Los coches pasan
fundidos en dorados destellos.
Pasan los almacenes
encendidos.
Pasan las zonas
residenciales y las periferias sombrías.
La distancia extiende
sus brazos en una huida.
Todo bulle.
Todo se esfuma en un parpadeo.
La belleza del
anochecer exalta y no serena;
es víctima del tiempo,
ávido de materias
fugaces,
contra el que nada
puede
la siderurgia del
lenguaje.
Sondeo a través de la
ventanilla la oquedad del mundo
y trato de agarrar in
extremis la raíz del resplandor.
Mi vecino de asiento
mira la pantalla de su portátil.
Ambos nos ignoramos y
nos acechamos.
Tengo claro que estas
iluminaciones no dejarán rastro en mi memoria.
Sé que esta sucesión
de imágenes en el cristal va a desaparecer,
ya, ahora mismo, en
los sumideros del tiempo
para que la noche
crezca y eleve sus dinteles.
Pero sigo aplacando la
sed bebiendo de la llama.
Otro viaje más. Otro
regreso.
El resplandor aún me
ciega y es sólo un señuelo.
que me ofrece lo
extraño del primer día
y me lo quita de
inmediato.
Con qué diligencia
esta fábrica fugaz me hechiza
y me arrebata de la confusión
de rostros y voces anodinos
y me conduce a ese
lugar hospitalario que la imaginación ambiciona,
a ese lugar tan mío y
tan remoto.
Me arrebata el hágase
de voz en vilo y eco de nada
para devolverme al aquí
y ahora y sus primacías
dejándome la ceniza de
un cielo que ya ha ardido.
Veo los neones rojos de
la intermodal.
El viaje ha terminado
y nada ha sucedido
sino un resto de embriaguez de luz en mis ojos
y la magia de seguir
siendo en el magma nocturno.
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