De Esther Pérez-Cuadrado, aunque
es paisana, nunca supe hasta hace un año o dos. Nos conocimos una tarde de
sábado invernal en la librería La Montaña Mágica. Yo presentaba a un dúo
formado por el poeta José Manuel Gallardo Parga y el músico Juan Fernández
Fernández. Ese día los habituales asistentes a los recitales de La Montaña se
habían disipado, por una razón u otra. A veces pasan estas cosas. El caso es
que Esther quedó como la única espectadora del acto y la función se hizo únicamente
para ella. Como era de esperar en estas situaciones extrañas y extremas, José
Manuel y Juan estuvieron espectaculares.
Al pasar los meses, Esther se convirtió en una habitual de la librería, en alumna de mi taller de escritura en la UPCT y en una amiga especial de mirada picante, herida y curiosa a la vez. Supe que había trabajado media vida en Madrid antes de quedarse viuda, que recién había regresado a la patria marina de Cabo de Palos y descubrí su vocación de ilustradora que, alineada con su tendencia lírica y simpática, ha dado frutos como su álbum Me encanta mi vecina.
Al pasar los meses, Esther se convirtió en una habitual de la librería, en alumna de mi taller de escritura en la UPCT y en una amiga especial de mirada picante, herida y curiosa a la vez. Supe que había trabajado media vida en Madrid antes de quedarse viuda, que recién había regresado a la patria marina de Cabo de Palos y descubrí su vocación de ilustradora que, alineada con su tendencia lírica y simpática, ha dado frutos como su álbum Me encanta mi vecina.
La vida primero,
ni la gallina
ni el huevo.
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