24/1/2020


   Rialto, 11 de Belén Rubiano.
   Rosario de anécdotas y testimonio de cómo funciona la profesión de una librera, con su fundamentalismo romántico, que convierte dicho “negocio” en algo peligrosamente inofensivo a ojos de la sociedad. La librería Rialto murió en 2002 para que Belén Rubiano verbalizara en negro sobre blanco estas historias bien contadas, totalmente libres de pedantería o vehemencia de librera sabelotodo. Así de digerible: mucho desparpajo sevillano, alegre melancolía y bondad narrativa a raudales.




   Resulta que cuando mucha gente, no toda, afirma que cuando necesite un libro te lo comprará a ti, no siempre se acuerda de mencionar que no todos los años necesita uno, para que vayas haciendo tus cálculos y aprendas a vivir con menos. Desde el interior, veía y oía cómo se detenían muchos transeúntes, se fijaban en el escaparate y comentaban la apertura.
   —Mira, han abierto una nueva librería.
   Y asomaban la punta de la nariz, pocas veces la cabeza entera. De las extremidades motoras, mejor no escribo.
   —¿Has visto qué bonita y qué elegante?
   —¿Te has fijado en el techo?
   —Aquí seguro que no tienen El lazarillo de Tormes.
   —Imposible. Y, si lo tienen, será más caro que en otro sitio. Vámonos.
   Y doblaban la esquina antes de que me diera tiempo a perseguir a nadie con una edición de Cátedra o Castalia en la mano, a precio de catálogo.
   —Buenos días, ¿hace fotocopias?
   —Buenos días, ¿me da un bonobús?

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